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Discursos  

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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 1986.

Al hacer hoy entrega de estos Premios, de los que se cumple ya la sexta edición, quiero recordar que ésta es la primera vez que lo hago después de haber prestado juramento en las Cortes Españolas, como Heredero de la Corona, al cumplir la mayoría de edad.

Es esta una circunstancia importante que me vincula aún más a las obligaciones que se derivan de mi condición de Príncipe de Asturias y acrecienta las responsabilidades que me incumben dentro de la institución monárquica.

Una institución que se caracteriza por su continuidad y su permanencia; que trasciende a las personas y que, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, ha de estar por encima de situaciones transitorias y circunstanciales.

Si en lo nacional la Monarquía ha de esforzarse en ejercer su misión constitucional para todos los españoles, en lo internacional tiende a extender sus sentimientos de amistad y sus deseos de paz a todas las naciones de la tierra, manteniendo con ellas las más cordiales relaciones.

Esta generalidad, este punto de vista amplio y generoso, que es consustancial con la institución en la que me corresponde servir a España, ha de estar alejada de limitados o variables conceptos políticos, para integrarse en el gran sentimiento inmutable de la armonía, de la paz, de los valores permanentes del arte y la cultura en su conjunto y en sus representaciones más destacadas y valiosas.

Por eso me satisfacen tantos los Premios Príncipe de Asturias, porque precisamente al llevar mi nombre y representar yo lo que represento dentro de la Monarquía, deben ser ajenos a cuestiones políticas concretas, para referirse a esos otros principios universales que no reconocen tiempos ni fronteras.

El afán de amistad de la Corona, a cuya sucesión estoy llamado, y que con tanta intensidad comparto, se dirige -como acabo de decir- hacia todos los pueblos del mundo, pero tiene una vertiente muy acusada en las relaciones de España con los países de Iberoamérica, a donde, en muchas ocasiones, han llegado estos premios de la Fundación Príncipe de Asturias.

Quisiera recordar al respecto las recientes palabras de Su Majestad el Rey, cuando en la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, recalcó que nuestra integración en la Comunidad Económica Europea, no disminuye sino enriquece las relaciones de España con los pueblos de América.

Dentro de pocas fechas me encontraré navegando, en el ?Juan Sebastián Elcano?, por los mares que un día surcaron los españoles ansiosos de descubrir nuevas tierras, nuevos mundos y ensanchar los límites del hasta entonces conocido.

También vosotros, los que hoy recibís estos Premios, simbolizáis precisamente el esfuerzo para encontrar nuevos rumbos, por realizar nuevas conquistas, por extender las fronteras de la cultura, de las artes, de la comunicación social, de las ciencias, de las letras y de la cooperación entre España y esos países de Iberoamérica a los que nos une la comunidad del idioma y tantos lazos espirituales.

Estoy orgulloso de esta Asturias, de tradición emigrante, muchos de cuyos hijos han llevado a las tierras de América su trabajo, su amor y su esfuerzo.

Felicito de corazón a todos los galardonados e invito a los jóvenes de mi tiempo a que tomen como ejemplo vuestra labor y vuestra dedicación. Los pueblos no progresarían ni espiritual ni materialmente si no existieran hombres como los hoy premiados, que traspasan barreras, abren caminos y despiertan sentimientos de emulación.

Muchas gracias a los miembros del jurado que ha cumplido con acierto la tarea de discernir a los mejores. Gracias también a esta Fundación que está consiguiendo llevar el nombre de Asturias por el camino de la cultura que en estos Premios se simboliza, a los más apartados rincones del mundo, y me proporciona, una vez más, esta magnífica oportunidad de encontrarme en esta querida tierra, entre todos vosotros.

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