Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos
8 O viedo | T eatro C ampoamor | 24 de octubre de 1997 más profundos valores, acordes con una ética basada en la primacía de los sentimientos y las virtu- des. Una España democrática, la de los últimos veinte años, dueña de su destino, donde todos los días nos afanamos por defender lo que Don Quijote definió como «el más precioso don que a los hombres dieron los cielos»: la libertad. Participando de su sensibilidad y precisamente para perpetuar esa gratitud, memoria y ciencia, antes aludidas, nacieron los Premios Príncipe de Asturias. En ellos, anualmente proclamamos que nuestro espíritu estará siempre al lado de quienes dediquen su vida al hermoso ideal de hacer la de los demás más libre, más digna y más sabia. En la labor cotidiana de los premiados de este año late, igualmente, como en los hombres de aquel 98, un espíritu de lucha y de dedicación apasionada a su tarea. Fiel reflejo de ello es el trabajo del equipo de científicos que estudian los yacimientos paleonto- lógicos de Atapuerca, en Burgos, que reciben hoy el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Su tarea dedicada a iluminar el pasado con sólidos fundamentos científicos es uno de los mejores modos de entender en su plenitud el presente y sus posibilidades. Con su investigación y trabajo, que a primera vista parece especializado y minoritario, prestan un servicio de valor incalculable a la comunidad científica y a todos nosotros. Porque conocer nuestros orígenes nos permite entender que somos eslabones de una cadena sin fin, que añadimos nues- tros esfuerzos a los de nuestros predecesores y preparamos el camino para los que habrán de seguirnos con una solidaridad que vence las barreras del tiempo y del espacio. Dos aspectos sobresalen en su trayectoria: su tesón indomable a lo largo de más de veinte años y la colaboración solidaria entre varias universidades y organismos de nuestro país que han sabido suscitar y que acreditan el óptimo nivel de la ciencia española y demuestran la eficiencia de una cooperación bien fundada y dirigida por encima de los particularismos y de la improvisación. Hombres como Vittorio Gassmann, Premio Príncipe de Asturias de las Artes, resumen el arte en sí mismos. Su vida y su obra, tan próximas a la literatura y al pensamiento, a los clásicos y a los contemporáneos, hacen de él un actor, un director y un maestro insustituible del arte escénico; siempre bajo la máxima de que «cada uno ha de buscar su propia senda». Con generosidad y vocación propias del genio ha enseñado a futuros actores no solo desde los escenarios y la pantalla, sino también en cursos y talleres que él mismo ha creado y promovido con absoluto desinterés. Acorde con la idea de que «la más grande tarea del hombre es saber qué debe hacer para serlo», Vittorio Gassmann ha pasado su vida siendo, no pareciendo, ahondando en el sentimiento y en la razón, agrandando su espíritu y su existencia, para poder entregar, con su arte, gran parte de sí mismo a los demás. «La obra de Álvaro Mutis, su vida misma, es la de un vidente que sabe a ciencia cierta que nun- ca volveremos a encontrar el paraíso perdido». Estas son las palabras con las que García Márquez, hoy entre nosotros, ha definido el trabajo de su amigo, nuestro Premio Príncipe de Asturias de las Letras de este año. Quizá por ello, Mutis ha sabido exprimir cada instante de su vida como quien está convencido de que siempre hay algo más que extraer de ella, con insaciable curiosidad y a través de sus viajes y múltiples oficios, fundamentos de su vasta cultura y origen de la intensidad poética de su obra. Na- cido en Colombia, educado en Europa, residente en México desde hace largos años, Mutis declara que todo lo ha escrito para celebrar los cafetales de su infancia. Sus versos y sus prosas, centrados en su mayor parte en un enigmático personaje, Maqroll el Gaviero, que es a la vez contrafigura del autor y emblema de la condición humana, sirven para iluminar, con su desbordada belleza, la navegación del hombre —de cualquier hombre— por el no siempre sosegado mar del tiempo. Sirva la concesión de este premio para reconocer y celebrar en España —tierra de sus antepa- sados, a la que sigue íntimamente unido— la inmensa cultura de este singular creador, su energía y su talento. La variedad enriquecedora de lenguas y culturas que constituye y de la que goza España está muy presente en el trabajo del profesor Martín de Riquer, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
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