Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

8 O viedo | T eatro C ampoamor | 27 de octubre de 2000 humanos y más libres. No olvidamos ni olvidaremos nunca a las víctimas de la locura terrorista que por todo el país reparte dolor y siega la vida. Son, como dice el verso de nuestro José Ángel Valente, «sangre sonora de la libertad». Hablemos ahora de nuestros premiados. Nos llena de satisfacción que el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanida- des haya sido concedido a un representante de la más elevada cultura internacional, el profesor y escritor Umberto Eco. Catedrático de Historia y Cultura Medieval, doctor honoris causa por veinticinco universida- des, destacado semiólogo y analista crítico, lector modélico y escritor de extraordinaria lucidez, la relación de sus méritos sería, sin embargo, inacabable. Umberto Eco ha fundido con sabiduría tradición y modernidad. Poseedor de un conocimiento enciclopédico, de formación rigurosa, ha creado mundos de ficción en los que reinan la belleza, la inteligencia y una insaciable curiosidad. Obras suyas como Apocalípticos e integrados, El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault están en la mente de lectores de todo el mundo y han tenido la virtud de llegar a una mayoría sorprendente de personas. Sus tratados de semiótica, por otra parte, han influido en varias promociones de estudiantes y especialistas y han modernizado el estudio y el análisis de los procesos de comunicación humana. Su pensamiento y su obra no se mantienen, sin embargo, dentro de actitudes exclusivamente académicas y de ficción, sino que reparan en los temas más vivos y conflictivos de la convivencia humana. Umberto Eco nos invita a elevar nuestra mirada y nuestro pensamiento, porque ni el misterio ni la evi- dencia —nos dice— son fáciles. Cuando una valoración desmedida y errónea de lo útil ha provocado en muchos países un retroceso de la formación hu- manística de los ciudadanos, el ejemplo de Umberto Eco nos demuestra que el verdadero progreso solo se alcanza cuando ciencias y humanidades ocupan su justo lugar en la educación de los seres humanos. Pero con tenacidad y sabiduría trabajan también los virólogos Robert Gallo y Luc Montagnier, a quienes les ha sido concedido el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Estos dos grandes científicos han adoptado una actitud de fructífera competencia para enfren- tarse a uno de los retos biomédicos más importantes de nuestro siglo: el estudio del sida y del virus que lo causa. Confiamos en que sus esfuerzos investigadores y su abnegado compromiso para la erradicación de esta enfermedad, que ha conmovido a la humanidad en los últimos años de este siglo, pronto tengan nuevos y esperanzadores resultados. Los doctores Gallo y Montagnier han emitido un dramático mensaje que hoy queremos nosotros propagar aquí: el de la urgente necesidad de incrementar los esfuerzos financieros y científicos para lograr una vacuna que frene el alarmante ritmo de crecimiento de la enfermedad en el mundo. Asi- mismo, han denunciado la insuficiencia de medios para atender a los enfermos que, todavía en mu- chas partes, y especialmente en los países más pobres, sufren el sida en condiciones infrahumanas. La medicina desempeña un papel trascendental en la lucha por un mundo más solidario y más justo. Sin embargo, los brillantes avances más recientes de la investigación médica suscitan, además de admiración, un temor: que el alto precio de algunas de sus terapias ahonde más las diferencias sociales, pues mientras unos ciudadanos pueden acceder a ellas sin problemas, para otros resultan inaccesibles. Vemos con inquietud, junto a nuestros premiados, que la brecha entre los países ricos y los pobres puede hacerse más ancha y profunda por este motivo. A ellos les apo- yamos en sus afanes por alertar acerca de la gravedad de este problema, desde los más importantes foros del mundo. El galardón a estos dos grandes científicos nos evoca la tarea de todos aquellos que desde el silencio de los laboratorios o desde un compromiso ejemplar luchan en todo el mundo por salvar vidas, por llevar salud y esperanza allá donde hay dolor y muerte. «España continúa por la senda de la libertad y del progreso; una andadura que nuestra nación hace esperanzada, con vigor, liberada de viejos pesimismos.»

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