Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

4 O viedo | T eatro C ampoamor | 15 de octubre de 1988 Quienes consideran el oficio de escribir como un camino donde las flores crecen por generación espontánea, suelen encarecer la suerte que supone desempeñar un trabajo donde no tenemos por encima de nosotros a nadie que nos mande. Y eso efectivamente es verdad. Si no escribimos no pasa nada grave ni nadie nos riñe ni nos va a echar de la oficina. Pero también es verdad que no se trata de un negocio espectacular sino de una inversión lenta, que bien podría llevar por lema aquella máxima del Eclesiastés: «Echa tu pan a las aguas, que después de mucho tiempo, lo hallarás». La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, incertidumbres y sorpresas propios de cualquier aventura emprendida con entusiasmo. Pero en un mundo donde se huye cada vez más de la soledad, el escritor desconcierta como un nadador contracorriente y de todas partes surgen brazos que le quieren anexionar a un determinado grupo y hacerle esclavo de sus normas y de sus reglas. Contra este peligro, no le queda al disidente más remedio que seguir aguantando en su reducto, a partir de cero, invocando aquella fe juvenil de la que hablaba. Nadie lo ha dicho de forma más emocionante que Teresa de Jesús, cuya escritura ejemplifica ese camino emprendido partiendo de cero y cuya exploración pone en cuestión y en juego la propia vida. Para acometer esa tarea, que a ella se le planteaba como un combate, es menester, según sus propias palabras, «Una grande y determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el mundo». Carmen Martín Gaite — Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1988 Fragmento del discurso ofrecido con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras el 15/10/1988.

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