Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

4 O viedo | T eatro C ampoamor | 24 de noviembre de 1994 Nuestras culturas peregrinas se han universalizado, se mueven ahora en vastas corrientes del sur al norte y del este al oeste: con ellas viajan los trabajadores y sus familias, sus oraciones, sus cocinas, sus memorias, sus maneras de saludar y cantar y reír y soñar y desear, desafiando prejuicios, reclamando la equidad junto con la identidad; mantener su propio perfil cultural para enriquecer las identidades nacionales a las que se integran en un mundo móvil, determinado por la comunicación instantánea, la velocidad tecnológica y el flujo de los mercados, tanto del capital como del trabajo. ¿Podemos negarle, en un universo de tan rápida mutación, el derecho de existir a herencias seculares que pueden convertirse en contribuciones esenciales, acaso salvadoras, para un futuro que aún desconocemos, que se nos escapa todos los días, tan complejo como imprevisible? Vivimos hoy, como lo escribió el poeta romántico francés Alfred de Musset inclinado sobre el fin de la era napoleónica, con un pie sobre las cenizas y otro sobre las semillas. No sabemos separar el pasado del porvenir, ni debemos hacerlo: ambos nos acompañan en el presente. Entre la ruina y el surco, nuestro brevísimo siglo xx—que se inició en 1914 en Sarajevo y murió en 1994, también en Sarajevo— fue un siglo de progreso inigualado junto a una desigualdad incompa- rable. El mayor avance científico y el máximo retraso político. El viaje a la Luna y el viaje a Siberia. La gloria de Einstein y el horror de Auschwitz. La persecución implacable contra razas enteras, la guerra no contra los ejércitos sino contra los civiles, seis millones de judíos asesinados por el nazis- mo, dos millones de vietnamitas muertos en guerras coloniales y cuarenta mil niños que mueren todos los días en el Tercer Mundo, muertes innecesarias, que cada vez serán menos, y algún día ninguna, gracias a hombres como Manuel Patarroyo. Autodeterminación para algunos pueblos, pero no para otros, a veces vecinos de aquellos, y una ironía digna de Orwell: todas las naciones son soberanas, pero algunas son más soberanas que otras. Hacen falta organizaciones internacionales renovadas que reflejen una nueva composición mundial: doscientos estados independientes en 1994, no cuarenta y cuatro como al fundarse la onu en 1945; pugna de jurisdicciones trasnacionales, nacionales, regionales, tribales; oposición entre la aldea global y la aldea local, entre la aldea tecnológica de Ted Turner y la aldea memoriosa de Emiliano Zapata, entre el alegre robot que vive en el penthouse y los ídolos de la tribu que sobreviven en el sótano; tránsito doloroso de una economía de volumen a una economía de valor, con el sacrificio de millones de trabajadores víctimas de la siguiente paradoja: productividad mayor con mayor desempleo; y una red mundial de información que informa muy poco porque hemos perdido la relación orgánica entre experiencia, información y conocimiento: explosión de la información, implosión del significado. Todos estos conflictos son, al mismo tiempo, oportunidades porque, al fin y al cabo, pueden ocasionar contacto, intercambio, diálogo: concordia, imaginación y humanidad para ese mundo único que previó el Inca Garcilaso y que hoy nos obliga a reconocernos en una problemática común. Carlos Fuentes — Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1994 Fragmento del discurso ofrecido con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras el 24/11/1994.

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