Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

8 O viedo | T eatro C ampoamor | 24 de noviembre de 1994 Un proverbio de Sefarad —aquella España que quiso ser regazo de la armonía y de la conviven- cia entre árabes, judíos y cristianos—, que habla de austeridad y de prudencia, dice que la flor más poderosa nace, crece y vive en la sombra. Así, al amparo de la discreción, sembraron el olivo de la paz estos dos excepcionales hombres que hoy homenajeamos al hacerles entrega del Premio Prín- cipe de Asturias de Cooperación Internacional. Son el presidente de la Autoridad Nacional Palesti- na, Yaser Arafat, y el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, dos personalidades históricas que han tenido la valentía de atravesar el desierto de la guerra para llegar a la tierra prometida de la paz. Creo en el sol, aunque no brille. Creo en el amor, aunque yo no lo sienta. Creo en Dios, aunque no pueda verlo. Con la misma esperanza y fe con que fueron escritos estos luminosos versos en un muro del gueto de Varsovia en unos momentos trágicos para el pueblo judío, hacemos votos por el éxito de la paz de los valientes firmada por el presidente Arafat y el primer ministro Isaac Rabin, cuyo primer paso ante la comunidad internacional se dio en nuestro país en el año 1991, al celebrarse en Madrid la Conferencia Internacional de la Paz en Oriente Próximo. Un paso decisivo y revolu- cionario —como señaló Su Majestad el Rey en su discurso ante el parlamento de Israel— pues por primera vez se abandonó la dinámica de la confrontación y se realizó una apuesta en favor de la negociación como vía para resolver los problemas. Señor presidente, señor primer ministro: somos conscientes de las enormes dificultades a las que se enfrenta el proceso de paz iniciado, pues, al tiempo que se da el definitivo adiós a las armas y se conquista la armonía, es urgente activar la coopera- ción y la ayuda para la reconstrucción material de territorios enteros de Palestina. Con el objetivo de que todos los hombres y mujeres que habitan en Oriente Medio vean transformarse su fe y esperanza, junto con las de la comunidad internacional, en compromiso firme; de manera que confíen en el proceso de paz y cooperación como el que mejor va a servir sus deseos de bienestar y progreso. Por todo ello, desde lo más hondo de nuestro corazón, queremos que se haga realidad en todos los hogares de vuestras patrias, tan queridas por los españoles, esta bellísima plegaria: «Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado». Shalom. Salam. Muchas gracias. «De todos ellos se podrá decir siempre, como en un conmovedor verso, que su corazón no ha latido en vano.»

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