Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

10 O viedo | T eatro C ampoamor | 27 de octubre de 1995 Todo ello representa unos objetivos y una tarea que merece todo nuestro apoyo y nuestra rendida admiración. El presidente Mário Soares, Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, rever- dece con su vida la vieja virtud romana de hombre de bien y hombre de Estado. Muy pocos han sido los que, como él, han sabido encarnar la fórmula de la verdadera grandeza que Ricardo Reis expresó en una de sus odas: Para ser grande, sé entero. Nada tuyo exageres o excluyas. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas. Así en cada lago la luna entera brilla, porque alta vive. La templanza frente a las actitudes extremadas o precipitadas, su admirable talante democráti- co, su labor en las relaciones internacionales y sus intereses intelectuales hacen de él un ejemplo de referencia en un país que sentimos entrañablemente como hermano. Su europeísmo militante es un pilar ideológico fijo, como constante es, también, su creencia en una Unión Europea libre y solidaria; convencido, al mismo tiempo, que desde la identidad propia, acuñada por los siglos, la cooperación profunda hispano-portuguesa, como pueblos fraternos, se puede proyectar en acciones fructíferas hacia Iberoamérica, donde nuestras culturas se prolongan y entrelazan en una entrañable realidad. Señor presidente: «Hispano soy y nada portugués me es ajeno», escribió un poeta español con palabras que yo quiero hacer mías. La historia toda de Portugal está inequívocamente repleta de resonancias es- pañolas de la misma manera que la de España es un eco que desde siempre repite el nombre de Portugal. Esta misma ciudad de Oviedo, en la que las piedras seculares de sus monumentos convocan a los españoles a la memoria de su pasado histórico, constituye una inexcusable referencia a la hora de entender los comienzos comunes de nuestras respectivas nacionalidades. De aquí, desde estas Asturias a las que Camões cantó en Os Lusiadas, saldría el rey Alfonso I para, junto a gentes hispanas y lusas y sobre tierras hispanas y lusas, emprender la gran empresa de la Reconquista. Y es precisamente desde el Oviedo universitario desde donde una de las mentes más lúcidas de su siglo, el irónico y tierno Clarín, se anticipó a pedir en uno de sus escritos periodísticos «un común entendimiento del espíritu de España y Portugal, a través de una comunión intelectual», a la que consideraba más fecunda, más urgente y más sólida que cualquier otra. Hacemos votos para que las ideas de estos grandes intelectuales y los esfuerzos y convicciones de Vuestra Excelencia para lograr una más estrecha relación entre nuestros dos países sean una venturosa realidad. Majestad: Unos versículos del sagrado Corán dicen que a quienes hacen el bien se les retribuye en la posteridad con el perpetuo recuerdo. En el Sermón de la Montaña de nuestro libro sagrado se proclama: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán hijos de Dios». Vuestra Majestad ha hecho mucho bien y ha buscado la paz para una de las zonas más conflicti- vas del mundo, que en estos momentos vive la esperanza de la concordia. Y en buena medida, ello se debe a Vuestro papel de mediador y pacificador de excepción. Así lo proclamó el año pasado mi padre, Su Majestad el Rey, ante el parlamento jordano. Así lo reconoce también el primer ministro Rabin, quien compartió con el presidente Arafat el año pasado el Premio de Cooperación Internacional. En la propuesta que hizo de Vuestra can- didatura a este Premio de la Concordia, el Sr. Rabin escribió estas palabras: «El Rey de Jordania

RkJQdWJsaXNoZXIy NzU1NzQ=