Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

8 O viedo | T eatro C ampoamor | 23 de octubre de 1998 conveniencia de crear modelos de gestión atentos al desarrollo personal, la participación y el bien- estar de los empleados, armonizando los intereses plurales presentes en el ámbito empresarial. Concibe su trabajo como tarea orientada al servicio de los demás, cuyos retos hay que superar sin desánimo y que confluye en la idea, que ha expresado muchas veces, de que «es necesario un desarrollo cultural si se quiere vivir en paz». La fotografía, que en nuestro tiempo ha alcanzado un peso importante en el mundo de la comu- nicación y que estuvo tanto tiempo considerada pariente pobre de la pintura, es también, para los que sienten su vocación o la comparten como espectadores, un verdadero arte, y no de los menores. Por eso ha sido un acierto que el Premio Príncipe de Asturias de las Artes se haya concedido, por primera vez, a un fotógrafo: el brasileño Sebastião Salgado. Su cámara capta y retiene la piel del tiempo con perfección estética y honda sensibilidad y nos presenta un hermoso planeta azul pero lacerado por la injusticia. Con ello nos hace más conscientes de la realidad y más solidarios con la humanidad de los humildes campesinos, mineros, marineros, niños y viejos, de las razas y pueblos más olvidados y los más variados países que se reflejan en sus fotografías. Sebastião Salgado ha convertido el mundo entero en su pa- tria. Su expresivo silencio tiene la fuerza de la autenticidad y consigue transformar lo que él humildemente llama «fotografía social» en desgarradora poesía que nos conmueve e interpela. En la nunca acabada aventura de intentar descubrir los se- cretos de la creación, la física tiene en nuestros días un especial protagonismo, impuesto por las necesidades tecnológicas y por el espectacular desarrollo industrial, que precisa profundizar en las investigaciones sobre la materia no visible, sobre las partícu- las elementales en las que tiene sus raíces la vida. En uno de estos llamados «ladrillos del Universo», el electrón, que está en la base de muchos de los adelantos que hoy disfrutamos, se concentra la obra de dos importantes físicos españoles, Pedro Miguel Echenique Landiríbar, catedrático de Física de la Mate- ria Condensada en la Universidad del País Vasco, y Emilio Méndez Pérez, catedrático de la misma disciplina en la Universidad de Nueva York; en ellos ha recaído el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Su capacidad de trabajo y el entusiasmo que ponen cada día en sus carreras investigadoras suscitan nuestra admiración por su curiosidad intelectual, que tiene además una práctica y benefi- ciosa aplicación en el progreso real, y manifiesta de modo elocuente la imprescindible articulación entre la ciencia básica y la aplicada. Nos unimos a su preocupación por la necesidad de perfeccionar los mecanismos de ayuda a la investigación y promover un mayor apoyo de la sociedad a los talentos que se arriesgan por los caminos de la creatividad y la innovación. Especialmente a nuestros científicos jóvenes, ya con gran preparación y creciente prestigio, que garantizan nuestro futuro en un mundo cada vez más especializado y competitivo, porque, como decía nuestro Jovellanos, «solo pueden ser libres los pueblos que estudian la naturaleza y, mirando al mundo, se hacen más sabios y más prósperos». Recibe este año el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el escritor Francisco Ayala y lo hace por su liberalidad y su espíritu crítico, independencia y seguro magisterio, sus propósitos de ahon- dar en la condición humana y su amor a la libertad, que ha vertido generosamente en multitud de ensayos, obras narrativas, artículos y libros de memorias. Destacan en la valiosa obra de Ayala su lúcido talante y su personalidad despierta y joven, no obstante su admirable madurez, que se proyectan en ideas vivas y una inquietud innata y fecunda, que abarca temas tan variados como el exilio y el cine, el Quijote y las ciencias sociales, el ensueño y la tecnología, el periodismo de actualidad y la reflexión más intemporal, y siempre su muy per- sonal y sutil visión de España y los españoles. «Nuestros galardonados nos llaman a seguir creyendo en los más nobles valores del hombre porque, como muy bien ha señalado uno de ellos, sin unidad entre los seres, sin pasión compartida, es decir, sin compasión, la humanidad no tendría razón de existir.»

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