Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

10 O viedo | T eatro C ampoamor | 23 de octubre de 1998 siglo, convierten a los niños en soldados de guerras que no son suyas, agreden a las mujeres en lo más íntimo de su ser y cercenan su dignidad, empujan a los refugiados a un éxodo sin fin, violan los derechos humanos y las libertades fundamentales, matan a humildes inocentes sin razón y sin sentido, o confinan a sus compatriotas, por el simple hecho de ser mujeres, a una auténtica cárcel de costumbres ancestrales que las degradan. A pesar de estas desgracias, nos demuestran ellas que se puede vivir de pie, con dignidad, en medio de las peores circunstancias y que es posible abrir «brechas en los muros de la marginación, la persecución y el odio». Pero luchan también estas mujeres contra nuestra indiferencia, la de los países cultos y prós- peros que se conmueven momentáneamente ante las imágenes de la crueldad y apenas les hacen un hueco en sus conversaciones cotidianas. Sirva también esta distinción como acicate y estímulo para sacarnos de esa indiferencia. El Premio Príncipe de Asturias de la Concordia ha recaído este año en cuatro paladines de la erradicación de la pobreza: el obispo misionero Monseñor Nicolás Castellanos, el cooperante Vi- cente Ferrer, el médico Joaquín Sanz-Gadea y el economista Muhammad Yunus. Todos les atribuimos una única e inconfundible vocación que desarrollan en varios frentes: en el religioso, sanitario, educativo, social, agrícola, urbanístico y asistencial, y en todos ellos, a través de la bondad y el ejemplo, tratan de crear, casi de la nada, un mundo nuevo. Un mundo que se resuelve en un solo concepto: el de la dignidad humana, individual, impres- criptible y diaria de cada persona, de su familia, sus tareas y de su pequeño grupo o pueblo. Este es el campo que nuestros premiados han sembrado con su vida y en el que han conseguido frutos excelentes que desmienten muchos prejuicios muy arraigados en nuestro mundo. Nuestros galardonados nos llaman a seguir creyendo en los más nobles valores del hombre porque, como muy bien ha señalado uno de ellos, sin unidad entre los seres, sin pasión comparti- da, es decir, sin compasión, la humanidad no tendría razón de existir. Los marginados de las áreas urbanas del padre Castellanos, los campesinos de Vicente Ferrer, los leprosos africanos de Sanz-Gadea o los miembros del Banco de los Pobres de Yunus ya saben que no se encuentran solos. La vida de Arantxa Sánchez Vicario, nuestra deportista galardonada de este año, es en estos momentos un sueño cumplido, pues ha logrado las más altas metas en su profesión, el tenis. Es la campeona más joven que ha tenido España en su especialidad desde que en 1985 obtuviera el Campeonato Nacional Absoluto. Al poco tiempo iniciaría un camino que ha estado sembrado de brillantes participaciones en casi un centenar de grandes competiciones. Es también la deportista española con más medallas olímpicas y ha sido ganadora de cuatro torneos del Gran Slam. Es el deporte una actividad humana en gran medida definida por el deseo de triunfar. El de- portista compite con la esperanza de ganar, de llegar más lejos, más arriba, de ser el mejor. Ese legítimo deseo va unido a otras virtudes que definen la deportividad y que califican el proceder de los más grandes deportistas de todos los tiempos: mujeres y hombres con gran dominio de sí mismos, acostumbrados al sacrificio, tenaces y disciplinados, siempre dispuestos a la generosidad, a honrar a sus competidores. Estas son las virtudes que el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes quiere ensalzar y son, sin ninguna duda, las que demuestra Arantxa Sánchez Vicario. Su lucha hasta la extenuación y las alegrías por sus triunfos nos han proporcionado inolvidables momentos de emoción. Nos enseñan que no debemos desfallecer en la tarea que nos hemos fijado, que nada hay como la satisfacción del deber cumplido. Esas virtudes suponen también, y sobre todo, un alto ejemplo para nuestra juventud. Los jóve- nes ven en ella un estímulo para conseguir las más altas metas en la vida. Además, su iniciativa de crear una fundación que promociona a los tenistas que comienzan su- braya su humanidad y ensalza la brillantez de su carrera deportiva, pues es cierto que no se merece la gloria si los triunfos conseguidos a ras de tierra no se elevan con las virtudes de la inteligencia y de la generosidad que nace del corazón. Y al hablar de generosidad quiero recordar con gratitud, en estos momentos, a un gran deportista

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