Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

4 O viedo | T eatro C ampoamor | 25 de octubre de 2002 Como palestino nacido en Jerusalén, mi historia nacional y la sociedad de mis antepasados estalló en pedazos en 1948 cuando se creó el estado de Israel. Desde entonces —la mayor parte de mi vida— he participado en la lucha no solo para llevar la justicia y la restitución a mi pueblo sino también para mantener viva la esperanza de autodeterminación. Nuestra historia moderna como pueblo está llena de sufrimientos sin reconocimientos y de despojo continuo. Como americano que lleva una vida de privilegio y estudio en la Universidad de Columbia, donde he tenido una suerte enorme en mi vida como profesor, llegué a comprender muy pronto que tenía que elegir entre olvidarme de mi pasado y de los muchos familiares que se convirtieron en refugiados sin hogar en 1948, o dedicarme a paliar los efectos de los traumas producidos por el sufrimiento y el despojo escribiendo, hablando y dando testimonio de la tragedia de Palestina. Me enorgullece decir que escogí este último camino y, con él, la causa de una política estadounidense no militarista y no imperialista. Siempre he creído en la superioridad del argumento racional sobre la lucha armada, en la franqueza y en la honestidad empleadas en pro no de la exclusión sino de la inclusión. ¿Cómo reconciliar la realidad de un pueblo oprimido, explotado y al que se le han negado sus derechos políticos y humanos, con la realidad de otro pueblo cuya historia de persecución y genocidio, enmi opinión, injustamente anuló la existencia de otro pueblo indígena en su camino hacia la autodeterminación? Esta fue la cuestión. Consistía en tener la cooperación de muchas personas, muchos compañeros y amigos de ideas afines, de árabes y judíos, y no árabes y no judíos, cuya pasión por la justicia los unió con el pueblo de Palestina, que sufre bajo la ocupación militar israelí desde hace treinta y cinco años. Este sufrimiento, además del despojo de toda la nación palestina en el exilio, clamaba por la justicia y el reconocimiento. Ha sido una lucha dura y estamos lejos de acercarnos a su final. Los sacrificios diarios de valientes palestinas y palestinos que siguen con sus vidas a pesar de los toques de queda, las demoliciones de sus casas, lasmatanzas, las detenciones enmasa y la expropiación de sus tierras. Siempre necesitamos el apoyo moral, necesitamos la imaginación del mundo, necesitamos demostrar a aquellos que crean que Palestina/Israel es la tierra de un solo pueblo, que es una tierra para dos pueblos que no pueden ni exterminarse ni expulsarse los unos a los otros sino que, de alguna manera, tienen que acercarse como iguales, con derechos iguales de vivir en paz y seguridad, juntos. Edward Said — Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2002 Fragmento del discurso ofrecido con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia el 25/10/2002.

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