Premios Príncipe de Asturias 1981–2014. Discursos

10 O viedo | T eatro C ampoamor | 21 de octubre de 2005 nos hace pensar en el Premio de las Artes. El arte —ha dicho— conduce a desencadenar «un estado neurofisiológico de una gran coherencia y armonía». Resulta así el arte un medio para transformar y humanizar el mundo que nos rodea y, al mismo tiempo, un medio para equilibrar la vida interior de las personas. La danza es, en este sentido, una disciplina que une de manera ideal el cuerpo y el espíritu, el dominio técnico con la sensibilidad, la razón con el corazón, siendo, además, un goce incomparable para el espectador. Celebramos, por ello, que por vez primera el Premio de las Artes haya sido concedido este año a dos bailarinas excepcionales: Maya Plisetskaya y Tamara Rojo. Sus biografías —Plisetskaya desde la madurez y el magisterio absolutos, Tamara Rojo desde la juventud deslumbradora y llena ya de resultados excelentes— nos hablan de una misma lucha, de unos grandes deseos de perfección, de la genialidad, del arte hecho movimiento y vida sublimes. Maya Plisetskaya es una leyenda, un mito de la danza del siglo xx que nació en Rusia, un país en el que la música y el ballet han logrado cimas muy altas. Más allá de las sacudidas ideológicas y de los padecimientos familiares, a los que la propia Maya no ha sido ajena, su arte ha permanecido inalterable gracias a una voluntad indomable y a unas cualidades profesionales extraordinarias. En Tamara Rojo, en la actualidad primera bailarina del Ro- yal Ballet de Londres, se hace realidad lo que en su día también se hizo en Maya: la ilusión de seguir una vocación sin vacilacio- nes, la voluntad de perfección y de trabajo. Este premio que le concedemos, la resonancia que el mismo ha tenido y la figura internacional y triunfadora de Tamara son un estímulo para los españoles y, sin duda, la mejor base para que se preste más aten- ción a la danza en España. El gran arte —y la danza lo es— no tiene fronteras, es ver- dad, pero aún así es hermoso verlo florecer y alcanzar su plenitud en el propio país del artista. Todos hemos visto con emoción, en los circuitos de automovilismo más importantes del mun- do, cómo en los últimos tiempos un joven deportista nacido aquí, en Oviedo, no solo se situaba en los niveles más altos de este deporte, sino que además, con cada triunfo, enarbolaba con orgullo las banderas de España y del Principado. Quien así se comporta es hoy, para alegría de todos, el cam- peón del mundo de Fórmula 1 más joven de la historia, Fernando Alonso, Premio de los Deportes. En su excepcional carrera deportiva sobresalen su juventud —es, también, el galardonado más joven de la historia de nuestros premios— y sobre todo la atención y la ayuda sacrificada de sus padres y de su familia más cercana. La tenacidad y el deseo de triunfo con los que ha trabajado desde que era un niño le han llevado a la cima en una disciplina deportiva de enorme dificultad y complejo acceso. Fernando Alonso ha conjugado su inteligencia, su valor y su trabajo en perfecta sincronía con un equipo de especialistas de diferentes nacionalidades de Europa. Lo ha hecho, además, sin perder en el camino la serenidad y la sencillez. Y es que el deporte se convierte en un gran ejemplo cuando se ejerce, como en el caso de Fer- nando Alonso, de manera sacrificada y valiente. Nuestro reciente campeón pertenece a una nueva generación de jóvenes deportistas españoles que están en vanguardia de sus respectivas especiali- dades y que influyen de manera positiva en los hábitos de nuestra sociedad; una sociedad que vibra y vive con orgullo sus triunfos, que se contagia con su optimismo y su esperanza y que se reafirma en la idea de que los esfuerzos mantenidos en el tiempo y la entrega abnegada tienen la hermosa recompensa del aprecio admirado de sus rivales, de los aficionados y de sus compatriotas. Como ha dicho el Papa Benedicto XVI, el amor, opuesto siempre al orgullo humano, nos ense- ña que el auténtico ascenso consiste en descender, que cuando nos inclinamos hacia los pobres, ha- cia los humildes, cuando somos más sencillos, es cuando hemos llegado a lo más alto. Así viven y por eso recompensamos con el Premio de la Concordia a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La pobreza, la enfermedad, la injusticia, la desigualdad, son algunos de los males más terribles que atenazan a una gran parte de la humanidad. Son precisas una determinación firme de todos los que no estamos heridos por estas lacras para solucionarlos y especialmente la entrega y la caridad «El indudable éxito colectivo que los españoles hemos alcanzado no ha sido, sin embargo, fruto de la improvisación o del azar.»

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