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Pueblo de Puerto Rico Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1991
Intervención de D. Rafael Hernández Colón, gobernador y representante del Pueblo de Puerto Rico
Majestad,
Alteza,
Excelentísimo señor Presidente del Principado de Asturias,
Señor Ministro de Trabajo de España,
Excelentísimos señores,
Señoras y señores,
La tierra que Juan Ramón Jiménez llamó la isla de la Simpatía y que el gran poeta escogió como su morada fuera de España recibe hoy el Premio Príncipe de Asturias de las Letras que otorga esta Fundación para el año 1991.
¿Por qué merece Puerto Rico este Premio? Podría contestarse con unas palabras de Pedro Salinas, otro gran poeta español, "por su aprecio y defensa del lenguaje".
Por haber defendido su vernáculo decisivamente frente a una política implantada durante los primeros 45 años de este siglo para educarle en otra lengua;
por la vigencia lingüística del español en la intimidad de la vida individual;
por su vigencia en todas las manifestaciones de la vida colectiva puertorriqueña;
por la creatividad de nuestros novelistas, poetas y escritores;
porque en vista de todo ello, el Gobierno del Estado Libre Asociado ha proclamado el español como el idioma oficial de Puerto Rico.
Estos hechos han merecido el reconocimiento que ahora celebramos y que agradezco en nombre y en representación de mi país.
La lengua del Rey Alfonso el Sabio, de El Cid, de Nebrija y de la Reina Isabel, llegó a nuestra tierra hace ya casi cinco siglos. La traían conquistadores como Juan Ponce de León, religiosos como el obispo Alonso Manso, colonizadores como García Troche y Baltazar de Castro. Arcaísmos del castellano medieval que nos legaron como chavo, bellón, ansina, ínsula y muchos otros son vocablos corrientes del habla campesina. En nuestros campos podemos escuchar los antiguos romances de Delgadina, Blanca Flor y otros cantares que llegaron a nuestra playas hace casi cinco siglos. La décima sigue siendo la rima preferida de nuestros trovadores.
En Puerto Rico, al igual que en las otras Antillas, la sonora y dulce lengua de Castilla se enriqueció con los tainismos de nuestros aborígenes y con los aportes lingüísticos que, a través de los siglos, hicieron los africanos que también contribuyeron a enriquecer nuestra formación étnica y cultural.
Luego de la colonización, la interacción de Puerto Rico con España fue intensa sobre todo durante el siglo pasado. Españoles y puertorriqueños cruzaban el Atlántico en grandes números y en ambas direcciones. A mediados de siglo, de aquí de Asturias, partió Manuel Fernández Juncos con 11 años de edad hacia Puerto Rico. Habría de ocupar un sitial de honor en nuestra política y literatura. Al producirse el cambio de soberanía, en el 98, fue uno de los más eficaces defensores de nuestro idioma. Dentro de todo lo que Puerto Rico tiene que agradecer a este hijo de Ribadesella está la letra de nuestro himno nacional, "La Borinqueña".
En 1987, con motivo de la reunión en San Juan de las Comisiones Nacionales para la celebración del Quinto Centenario, don Juan Carlos y doña Sofía realizaron la primera visita a Puerto Rico de unos soberanos españoles.
Resaltó, esta visita, el reencuentro entrañable y familiar de nuestros pueblos que había comenzado unos años antes. Ese reencuentro se ha multiplicado en relaciones oficiales, financieras, culturales, educativas y en otras formas que han estrechado los lazos entre España y Puerto Rico de manera singular.
Coinciden estos acercamientos con otros que Puerto Rico ha efectuado con su entorno caribeño y centroamericano. Nuestra apertura al mundo iberoamericano, con el que compartimos una cultura y una lengua, ha coincidido con la voluntad del país de actuar en la historia, definiéndose con la fuerza que nos viene de los más profundo de nuestro ser.
De ahí surge la decisión en cuanto a nuestra lengua. Decisión que, por las distintas opiniones existentes entre nosotros sobre lo que debe ser la vinculación con Estados Unidos, exigió un difícil ejercicio de voluntad política.
La afirmación de lo propio no es negación de lo ajeno. El respeto del otro se gana partiendo del respeto a uno mismo. Nuestras relaciones con los Estados Unidos de América están basadas en el respeto mutuo y en la libertad de cada pueblo para ser quien es.
Puerto Rico tuvo la visión de, ni federarse a, ni separarse de, los Estados Unidos. Para salir del Estatus colonial, Puerto Rico creó su propio espacio político autonómico: el Estado Libre Asociado. Espacio que le permitía la fortaleza de la unión política y económica, a la vez que la fuerza de su integridad cultural.
Al contemplar los acontecimientos mundiales pensamos que, quizá Puerto Rico y Estados Unidos podemos ofrecer las experiencias y lecciones de nuestras relaciones llevadas por noventa y tres años. Dentro de instituciones flexibles de democracia y libertad pueden convivir armoniosa y provechosamente la potencia más fuerte del mundo y un país pequeño, con el espacio político suficiente para afirmar cada cual su propia identidad y cultura y superar enfrentamientos, terrorismos y violencias.
Este Premio que hoy se confiere a Puerto Rico también honra a los Estados Unidos de América. Los honra precisamente por el respeto que han guardado frente a esta decisión puertorriqueña. La libertad que asegura nuestra relación autonómica brinda un amplio margen a nuestra diversidad cultural.
Más aún, dentro de la democracia y libertad que potencia el desarrollo del pluralismo social y étnico dentro de los propios Estados Unidos, llegará el día en que esta gran nación, partiendo de la coexistencia en su seno de la lengua inglesa y la lengua española, proyecte una visión renovada del hombre y del mundo.
Majestad,
Alteza,
Señoras y señores:
La definición lingüística de Puerto Rico, más que al pasado, mira hacia el futuro.
Nuestra sociedad es de vanguardia. Somos un país isleño que en el entorno caribeño ha desarrollado, desde la democracia y desde una economía abierta, una tecnología y un sector industrial diversificados, competitivos en todos los mercados del mundo; un sector financiero fuerte, que se proyecta poderosamente sobre los países de la región; y un comercio exterior que en Iberoamérica sólo superan Méjico y Brasil.
Tenemos una clase obrera que figura entre las más diestras del mundo; un 10% de nuestra población posee educación universitaria, adquirida tanto en Puerto Rico como en los centros de educación más avanzados en el exterior. Disponemos de una clase científica y técnica altamente calificada. Competimos respetablemente en el deporte internacional. Nos estamos preparando para postular la sede de las olimpiadas para el 2004. Nuestros creadores artísticos tienen proyección internacional.
Esta sociedad moderna y dinámica se ha enriquecido culturalmente en su contacto con la sociedad norteamericana. El inglés es para nosotros una herramienta eficacísima que valoramos altamente. Pero nuestra lengua materna es la que nos cohesiona como pueblo, con la cual expresamos nuestros sentimientos y creencias más íntimas, nuestros pensamientos y valores más profundos.
La oficialidad del español es punto de partida para una recia política contra el semilingüismo. Combatimos el semilingüismo, un mal que afecta a los pueblos en situaciones de culturas confluyentes. El empobrecimiento colectivo de la expresión, la carencia de vocabulario, la imprecisión del pensamiento y la incoherencia lingüística colectiva son algunos de sus lastres. Promovemos, en cambio, el bilingüismo con amplias oportunidades educativas, pero reconocemos que es producto del esfuerzo y del interés individual por adquirirlo.
El pueblo de Puerto Rico se propone hacer futuro desde el español. Al recibir este Premio nos sentimos honrados y acogidos por nuestros hermanos que comparten esta lengua y con ella una visión del mundo.
Contemplamos con el mayor interés los acontecimientos que, con motivo del V Centenario, se desarrollarán en España durante el año entrante. Confiamos en que, desde nuestra instalación política como Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de América, participemos en todas ellas en el grado que nos corresponde como un país irrenunciablemente iberoamericano.
Majestad,
Alteza,
Señoras y señores:
Para terminar estas palabras, permítanme hacer referencia a mi pueblo puertorriqueño que hoy recibe este gran honor.
La defensa heroica del español a través de casi un siglo no fue sólo la gran defensa que hicieron nuestros intelectuales, nuestros políticos y nuestros escritores. La resistencia vital vino del pueblo, de la gente sencilla y humilde de Puerto Rico. La resistencia vino de los barrios de San Juan, de los morrillos de Cabo Rojo, de los cañaverales de mi pueblo de Ponce, de las playas de Luquillo, de las montañas de Utuado, de aquellos humildes jíbaros que aprendieron sus rezos, sus décimas y sus trovas en español. La resistencia vino de ese pueblo que atesora en los recovecos de su espíritu y en el temblor de su alma las voces castellanas que le dan sentido a su vida.
Ese pueblo es el héroe. Ese es el pueblo que ha conservado la lengua en que Dios dio el Evangelio del Quijote a Cervantes. Ese es el pueblo cuya resistencia heroica, ahora, nos permite pertenecer a la comunidad lingüística que hermana a trescientos cuarenta y un millones de seres humanos que se expresan en español.
Ese es el pueblo cuya victoria ha hecho posible que la creación de nuestros poetas, novelistas, dramaturgos y ensayistas se lleve a cabo en la lengua universal que comparten con Juan Ramón, con Borges, con García Márquez, con Cela y con Octavio Paz.
En nombre de la tierra de Borinquen, que recibió la letra de su himno nacional de un hijo de esta tierra que hoy nos premia;
en nombre de la isla que aquel gran asturiano llamó la hija del mar y el sol;
en nombre del buen pueblo puertorriqueño que ha sabido ser leal a sus esencias, les doy las ¡Gracias!
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