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Emilio García Gómez Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1992
Serenísimo Señor,
Obtener de una de las más ilustres Fundaciones de nuestra patria y por el voto de nutridos y competentes Jurados un Premio que lleva por nombre el glorioso título de Vuestra Alteza, grande esperanza de España, y recibirlo en presencia de S.M. la Reina y de vuestras mismas manos, son honras difícilmente igualables y que levantan en el ánimo el trémulo goce de la emoción, al par que nos cargan gustosamente de tal deuda de gratitud, que hacen al galardonado insolvente ante Vuestra Alteza, los Jurados y la Fundación.
El peso es aún gravoso para mí, ya que, por obligada y placentera obediencia, debo en nombre de los demás premiados españoles alzar una voz que en cualquiera de ellos habría sonado mejor y más autorizada. Espero al menos ser fiel trujamán de los sentimientos de esta nueva promoción, con méritos ya proclamados aquí, para engrosar la legión de quienes, año tras año, nos agrupamos, detrás de Vuestra Alteza, en la defensa de la cultura española y en el reconocimiento hacia este maravilloso Principado.
La aludida obediencia ha de ser también estricta en el tiempo, y, como éste no consiente abordar ningún gran tema, me limitaré a unas observaciones lexicográficas. Al fin y al cabo yo soy más que nada lingüista.
Me parece muy acertado que entre los premios concedidos figure uno "de la Concordia" y no "de la Paz", como en otros lugares se dice. En el mercado bursátil del léxico -y de esto sabe mucho don Juan Velarde- el nobilísimo vocablo "paz" se cotiza ahora a la baja. "Paz" alterna demasiado con "guerra" ("Guerra y Paz", tolstoyana). Una "guerra fría" se turna con una "paz fría", y hasta en algunas "paces frías" desembocan a menudo las "guerras calientes", con las cuales la innata maldad de los hombres -"el pecado original"- no sabe acabar. "Paz" se viene convirtiendo en simple "tranquilidad", aunque su sentido originario sea mucho más amplio, sobre todo la "paz de Dios", con la que todavía se saludan en rincones de nuestras tierras los lugareños. "Concordia", en cambio, está más desasida de "discordia" y no sufre con ella tan rítmica alternancia. En las sílabas de "concordia" late, además, el "corazón", sede del amor y el más noble de los órganos humanos. En el prefacio que precede a la consagración se invita a poner los corazones en alto: Sursum corda. El corazón es vida activa y ardiente fuego, porque cuando no lo calienta la sangre, pasa a mísero despojo. "Concordia" es una preciosa palabra,
Más arduo resulta de entender el casorio de "Comunicación" con "Humanidades" que rotula mi premio. De la palabra "Comunicación" tiran ahora, cada cual por su lado, acepciones distintas. Clara ventaja va implícita en "medios de comunicación", y, dentro de ella, yo apenas merecería el premio, porque, si bien he hecho en mi larga vida prolongados pinitos periodísticos, no puedo aspirar el honor de ser llamado "periodista". Prefiero acogerme al más ingenuo significado de "comunicación" de una cultura con las otras, que está cerca de las "Humanidades".
El caso, sin embargo, es que tampoco, "Humanidades" deja de tener intríngulis. Todavía yo joven, "Humanidades" casi no se aplicaba más que al mundo clásico. Quien sabía griego y latín y poseía su espíritu era el "humanista". Es nuestro tiempo el que ha visto estirarse al vocablo para cobijar lo que, de manera también un tanto equívoca, denominamos "ciencias humanas", quizás con el sentido de "lo humano" en Terencio.
En todo caso, los estudios orientales (menos el hebreo) no podían situarse, cuando yo los acometí, en el área de las Humanidades. "¡Qué hermosa cabeza han perdido los estudiosos clásicos! decían de mi maestro Asín, y en esfera mucho más chica, cuando dejé el latín por el árabe, me tenían por "desertor". Alguna vez escribí, no me acuerdo dónde, que a los arabistas se nos confinaba en el ghetto de la extravagancia y en un suburbio de las Humanidades. Pero ¡cómo han cambiado los días!. En los actuales se ha dado un impresionante vuelco. Las intrincadas lacerías, la lírica algebraica, los trigonométricos mozárabes, todo el hacer y el saber arábigos, empalman ahora mejor con la alta ciencia y el bellísimo arte abstracto que en esta promoción de nuestros premios representan don Federico García Moliner y don Roberto Matta. El exquisito refinamiento islámico casa bien con la sutil elegancia cosmopolita de mi colega don Francisco Nieva. Un sencillo arabista como yo obtiene el galardón de Humanidades, quizá por haber perforado hacia ellas, desde el árabe, galerías "comunicantes" (y aquí asoma la "comunicación"). Como para advertirme que no me pase de raya, por más que siempre fui fidelísimo a todo lo mío, se me trae a estas antiguas Asturias, cuna heroica de la Reconquista.
Serenísimo Señor,
Aunque no con el ímpetu ni con el ritmo de nuestro Miguel Induráin, he venido pedaleando contra reloj y llego a la meta de mi tiempo con el suficiente para renovaros el testimonio de nuestra cordial y respetuosa lealtad y, a todos, la seguridad de nuestro agradecimiento profundo.
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