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Isaac Rabin y Yaser Arafat Premio Príncipe de Asturias Cooperación Internacional 1994
Majestad,
Alteza Real,
Personalidades galardonadas con estos distinguidos Premios,
Casi hemos agotado las palabras del vocabulario de la paz. Cuando las fiestas tocan a su fin, cuando todos los premios han sido concedidos y las trompetas guardan silencio, debemos regresar a la dura realidad de la vida cotidiana.
Nosotros, el Presidente Arafat y yo, estamos intentando cambiar esta realidad en Oriente Medio. Tenemos que trabajar, en ocasiones, en contra de la naturaleza humana, que busca venganza. Intentamos convertir al enemigo en amigo. Intentamos mover las manecillas del tiempo hacia delante; y, por encima de todo, no mirar atrás.
Porque detrás de nosotros hemos dejado cien años empapados de sangre. Hemos dejado cementerios. Hemos dejado familias desconsoladas. Hemos dejado gentes discapacitadas en cuerpo y alma. Hemos superado un conflicto que nadie creía -como muchos siguen sin creerlo-, que pudiera ser llevado a su fin. Yo sí creo que podemos vivir de otra manera.
Estoy convencido de que el Presidente Arafat comparte conmigo este sentimiento: que el ser humano puede vivir de otra manera. Basta ya de hostilidades que no conocen fin. Si no creyéramos esto, no estaríamos aquí juntos esta tarde, para recibir este distinguido galardón, el Premio Príncipe de Asturias; un galardón que aceptamos agradecidos, en nombre de nuestros pueblos y por su bien.
Mañana es viernes. En las mezquitas, los musulmanes rezarán a mediodía. En las sinagogas, los judíos darán la bienvenida al sábado. Estamos aquí, en el escenario, ante ustedes, en España, y rezamos por los fieles de ambas religiones. Rezamos para que gocen de paz y bienestar, rezamos para que el proceso de paz en el que nos embarcamos hace más de un año tenga éxito. Está en sus etapas iniciales; es vulnerable, frágil, y debemos protegerlo, pues la alternativa es demasiado cruda como para imaginarla siquiera.
Señoras y señores, desde aquí, desde España, desde Madrid, desde la Conferencia de Madrid, hemos emprendido este viaje, del que no puede haber retorno, y que continuaremos, a pesar de los muchos enemigos de la paz. Sabíamos que cien años de derramamiento de sangre no serían eliminados con un simple apretón de manos. Sabíamos que los recuerdos amargos no se desvanecen con una sonrisa ante una cámara. Pero no podíamos imaginarnos hasta qué punto llegaría el resentimiento de esos enemigos de la paz.
Lucharemos para impedirles que continúen derramando sangre, sembrando la muerte, el odio, el sufrimiento y la agonía; sencillamente queremos que las cosas sean de otra manera. Seguiremos buscando una vida en armonía, una vida en igualdad, una vida en paz.
Tenemos la esperanza de que todos los pueblos del mundo civilizado, incluido el pueblo español, acudirán en nuestra ayuda. La pobreza y el hambre son también los estridentes enemigos de nuestro sueño común. Cualquier ayuda prestada a los pueblos que buscan la paz -el pueblo israelí y el palestino- es una bendición para todos nosotros. Una inversión en la paz es una inversión en la vida.
Todavía nos queda mucho por conseguir. Hay momentos duros, momentos que bordean la desesperación. No es fácil seguir adelante cuando se ven cuerpos humanos destrozados por una bomba terrorista. Nuestra determinación de continuar buscando la paz se refuerza cuando vemos las sonrisas en los rostros de los niños, tanto en Jerusalén como en Jericó; cuando oímos el aplauso de nuestros pueblos, alentándonos para seguir adelante, tanto en nuestros hogares como aquí, en España.
Señoras y señores, vamos a seguir adelante.
Esta franja del territorio español ha conocido guerras, batallas y derramamientos de sangre, y vive ahora, desde hace generaciones, en paz. El pueblo disfruta de esa bendición en su vida cotidiana. Desde aquí, desde Asturias, regresaremos mañana a nuestros diferentes hogares, a nuestras diferentes oraciones, a nuestras mezquitas y a nuestras sinagogas, pero también a nuestro sueño común.
El escritor español, Cervantes, dijo una vez de los soldados caídos en la guerra:
"...son la más grande muestra de valor y de coraje entre todos los azares de la guerra. Dichosos aquellos tiempos que carecían de la espantosa furia de estas diabólicas máquinas y de la artillería..."
Espero que seamos bendecidos con la fortuna de aquellos tiempos, y que tengamos el valor de los que cayeron antes que nosotros por su patria, para abrazar la paz que nos aguarda.
Este galardón reconoce su inmenso sacrificio, y por ello deseo expresar mi gratitud a aquellos que decidieron concederme el Premio, en nombre de mi país.
Muchas gracias.
Majestad,
Alteza Real,
Excelentísimos e Ilustres Señores,
Permítanme expresar mi felicidad por encontrarme entre ustedes, en el Reino de España pues guardamos una gran estima y respeto hacia su Rey, su Gobierno y su pueblo, con quienes nos unen fuertes lazos de amistad y fraternidad, reflejo de las profundas relaciones culturales y cívicas entre nuestros pueblos.
También quiero expresar mi felicidad y orgullo por encontrarme en la bella ciudad de Oviedo, entre el pueblo de Asturias, que siempre ha demostrado su apoyo y respaldo al pueblo palestino, y comprensión a su justa causa. Desde esta tribuna, y en nombre del pueblo palestino, quiero expresar nuestra alta estima y consideración a Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Príncipe de Asturias, y al Gobierno autónomo asturiano y a su pueblo amigo; también quiero expresar mi agradecimiento a los miembros del Jurado por otorgarme este premio junto con el primer ministro Rabin.
Majestad,
Alteza Real,
Excelentísimos e Ilustrísimos señores,
La decisión de otorgarnos al Sr. Rabin y a mí el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 1994, refleja el interés y la decisión del Reino de España, este país amigo, de reforzar las oportunidades para la paz mundial, que permita a toda la humanidad vivir en progreso, bienestar y seguridad; y no es casual que el proceso de paz se iniciara en la Conferencia de Madrid, con vuestro apoyo y respaldo a esta trayectoria con todos los medios y a todos los niveles.
Alteza Real, le agradezco que me entregue este Premio, del cual estoy orgulloso porque lo considero un gran homenaje al pueblo palestino y a sus mártires, heridos y detenidos, a todos los que participaron en la realización de la paz de los valientes, a nuestros niños y a los de España, a nuestro futuro y al suyo, para que vivan en paz, seguridad y estabilidad en la patria de la paz, la Tierra Santa.
Considero que este premio supone un gran apoyo a los fieles esfuerzos que realizamos para conseguir una paz justa, duradera y total en la zona, basada en la buena vecindad, la convivencia pacífica y la cooperación; una paz que garantice a todos los pueblos y Estados de la zona su seguridad, derechos y futuro; y garantice a nuestro pueblo palestino ejercer sus derechos nacionales legítimos, en especial su derecho a la autodeterminación y a ejercer su soberanía en su patria, en sus lugares sagrados, y a establecer su Estado palestino independiente y su capital, Jerusalén, árabe sagrada; y cumplir con todas las resoluciones internacionales, en especial las resoluciones 242 y 338, en las que se basa el proceso de paz.
Majestad,
Alteza Real,
Excelentísimos e Ilustrísimos Señores:
A pesar de los grandes obstáculos y problemas a los que ha de enfrentarse la Autoridad Nacional Palestina, en especial aquellos relacionados con la reconstrucción de la infraestructura, destruida a lo largo de los años de ocupación, hemos podido establecer las bases de la autoridad palestina; nuestras instituciones y Ministerios han comenzado a ejercer sus funciones y dirigir los asuntos de los ciudadanos, aplicando los programas del futuro, y además, cumpliendo sus tareas en los aspectos relativos a la seguridad y el orden, estableciendo una sociedad democrática.
Todo esto indica que el pueblo palestino ha optado por la paz como objetivo estratégico y desea establecer los cimientos de una paz basada en la justicia, e indica la decisión de nuestro pueblo palestino en autoconstruirse y contruir su patria. Nosotros miramos hacia adelante, hacia el futuro, con corazones llenos de esperanza, y decididos hacer de esta tierra, nuestra patria sagrada, un oasis de fe, paz, estabilidad, libertad y bienestar.
Uno de los medios más importantes para reforzar la paz y garantizar su continuidad, hasta lograr sus objetivos, consiste en posibilitar al pueblo palestino la elección de sus representantes y parlamentarios libremente, a través de unas elecciones limpias, con la supervisión internacional, para que estos representantes del pueblo puedan ejercer sus responsabilidades libremente, y para que puedan cumplir las difíciles funciones que les esperan. El proceso electoral está relacionado con el proceso de entrega de competencias en el resto de los territorios palestinos, de lo que deriva la necesidad urgente y básica de completar la ejecución de la Declaración de Principios palestino-israelí y el Acuerdo de El Cairo, para poder extender la estructura de la Autoridad Nacional Palestina a todos los territorios palestinos.
El lugar especial y único que ocupa Jerusalén en los corazones de todos los palestinos, musulmanes, cristianos y judíos, me empuja a referirme a ella en esta tribuna, para que trabajemos todos, palestinos e isralíes, musulmanes, cristianos y judíos, reforzando la importancia sagrada de Jerusalén y convertirla en centro de radiación de paz, convivencia y esperanza.
El progreso del proceso de paz debe reflejarse en la vida cotidiana de nuestro pueblo palestino; es necesario que el hombre palestino sienta el cambio para que aumente su apoyo y su impulso al proceso de paz.
Nuestra esperanza es muy grande, para que la sociedad internacional empiece a cumplir sus responsabilidades éticas, morales, políticas y humanas hacia nuestro pueblo que ha sufrido y sigue sufriendo muchas y duras dificultades; y para que se intensifiquen y se aceleren los esfuerzos de la reconstrucción de la infraestructura, posibilitándonos garantizar una vida mejor para nuestro pueblo palestino que aspira tener un futuro próspero y estable para las generaciones venideras, y para que nuestro pueblo pueda vivir tranquilo y libre, como los demás pueblos del planeta, y convivir en base a la justicia, la democracia, la igualdad y la dignidad nacional y humana.
Majestad,
Alteza Real,
Excelentísimos e Ilustrímos señores:
Les agradezco de todo corazón, en mi nombre y en el del pueblo palestino, y en el nombre de nuestras mujeres e hijos, la entrega de este premio; y os prometemos todos continuar con el proceso de paz, la paz de los valientes, en la tierra de la paz, la tierra sagrada, Palestina.
Gracias,
la paz sea con Ustedes.
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