Contenido principal
Mário Soares Premio Príncipe de Asturias Cooperación Internacional 1995
Majestad,
Alteza Real,
Señor Presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,
Señor Presidente del Principado de Asturias,
Su Majestad el Rey Hussein de Jordania,
Señores miembros del Jurado,
Señoras y Señores,
Es un grandísimo honor la concesión del tan prestigiado Premio Príncipe de Asturias para la Cooperación Internacional, que agradezco complacido, y que recibo como otorgado a Portugal, que represento por la libre voluntad de mis conciudadanos.
Este premio reúne tres realidades que me son especialmente queridas: Asturias, tierra privilegiada y generosa desde el tiempo de la Reconquista y que tanto ha contribuido a la identidad nacional española; la Casa Real de España, a la cual, Alteza Real, me siento tan ligado, en las personas de Vuestros augustos padres y abuelo -que me honran y honraron con su amistad- y que tanto han marcado la democracia y la modernidad españolas; y, finalmente, la cooperación internacional, una de las ideas-fuerza que, con la libertad y la solidaridad, han orientado toda mi vida política.
Permítame, Alteza, explicar un poco mejor la satisfacción que me produce el hecho de que el premio que me ha sido otorgado tenga como nombre el título de Vuestra Alteza Real, heredero de la Corona de España. Se trata, una vez más, de un reencuentro de un republicano, pero por encima de todo demócrata, con la institución monárquica que Vuestra Alteza representa. Hace más de veinte años, precisamente en 1974, tuve el honor de ser presentado en Estoril a Don Juan, Conde de Barcelona, por un viejo amigo, hoy Embajador de su país en Lisboa, Raúl Morodo, aquí presente. Desde ese momento -y eran tiempos difíciles y de peligros varios- comprendí el profundo conocimiento y afecto que Portugal merecía a Vuestro abuelo, y la inteligente comprensión que me manifestó por las legítimas aspiraciones democráticas que entonces se afianzaban. Contra el parecer y las presiones de algunos, Don Juan continuó viviendo en Portugal -donde siempre fue respetado e inmensamente estimado por el pueblo portugués- contribuyendo así, como tuve la ocasión de afirmar en público, a la consolidación de las instituciones democráticas portuguesas. Fue un gesto inolvidable y gratísimo para Portugal. Ya como Presidente de la República, tuve oportunidad de reafirmar a Vuestro abuelo nuestro profundo reconocimiento, atribuyéndole la más alta condecoración portuguesa en una sencilla ceremonia, que recordaréis y que tuvo lugar en la Embajada portuguesa en Madrid.
Vuestro padre, el Rey Don Juan Carlos, es un gran amigo de Portugal, con un sentido excepcional de sus deberes de Estado y de lo que debe ser una Monarquía democrática y moderna, como aún recientemente fue reconocido en la V Cumbre Iberoamericana de San Carlos de Bariloche, en el sincero homenaje que le fue prestado por los veinte presidentes de las repúblicas presentes.
Gracias a Su Majestad el Rey, que vivió también en Portugal y tan profundamente conoce nuestra tierra, lengua y cultura, a Su Majestad la Reina, de tan exquisita sensibilidad, y a los restantes miembros de la Familia Real -que conocen bien y quieren a Portugal- fue posible establecer una fortísima relación de afecto y de respeto mutuo entre nuestros dos países y estados. Hemos dejado de vivir de "espaldas", se borraron los viejos fantasmas y recelos y fue posible establecer una cooperación estrecha y una efectiva solidaridad, que nos honra y es ejemplo, como vecinos en la península, socios en la Unión Europea, aliados en la OTAN y hermanos en la Comunidad Iberoamericana. Me atrevo a pensar que esta ceremonia, que Vuestra Alteza tanto honra con su presencia, reforzará aún más esos lazos que, dada su espléndida juventud, nos proyectarán en el futuro.
Señor presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,
Señores miembros del Jurado,
La cooperación internacional es, hoy en día, una necesidad absoluta. Con los procesos de globalización en curso, el mundo se hizo pequeño y se generalizó el sentimiento de que todo nos concierne a todos. Sin cooperación, los gravísimos problemas que nos acechan en estos años finales del milenio -la pobreza, la criminalidad organizada, la falta de fe en cuanto a valores esenciales, las agresiones ecológicas, la intolerancia, el regreso de ciertas formas de xenofobia, el fundamentalismo religioso, la ignorancia- no pueden tener solución satisfactoria. La cooperación implica una cultura de la paz y de la solidaridad -para emplear expresiones queridas de Federico Mayor Zaragoza- y tiene como fundamento el reconocimiento de la dignidad de la persona y de su esencial igualdad, independientemente de razas, sexo, credos o condiciones sociales.
A través de una vida política larga, con éxitos y fracasos, siempre me batí por los ideales de la democracia pluralista y de los derechos humanos, pero también por la justicia social y en pro de los más desfavorecidos, en la idea de que la Democracia no es sólo un mero sistema político instrumental, sino también la expresión de un estado de derecho, orientado por unos principios éticos irrefutables que tanto tienen que ver con la libertad, la solidaridad, y el respeto al otro y a lo que es diferente.
De ahí que la cooperación internacional se deba entender como un imperativo ético para los hombres de buena voluntad y con sentido de lo humano. Comprenderán así la alegría que me dio la concesión de este Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Españoles y portugueses -herederos de una cultura humanista que tanto contribuyó, según Teilhard de Chardin, a la civilización de lo universal, empeñados en la construcción de una Unión Europea que no sea meramente mercantilista y tecnocrática, sino también, y sobre todo, un espacio de solidaridad, de libertad y de cultura -tendremos que saber relanzar los ideales de la solidaridad y cooperación, no sólo hacia Europa del Este, sino también al margen sur del Mediterráneo, a África y a Iberoamérica, que tanto esperan de nosotros.
Alteza,
Permítame, para terminar, que exprese una vez más mi profundo reconocimiento al presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, y a los ilustres miembros del jurado, donde cuento con amistades a las que tanto admiro, entre ellas mi viejo amigo y compañero de tantas luchas, Fernando Morán.
Quiero dedicar unas últimas palabras de homenaje a Su Majestad el Rey Hussein de Jordania, que tanto ha hecho por la paz y convivencia internacionales en una región particularmente castigada por la guerra, así como a los demás galardonados con tan prestigiosos premios, comenzando por mi ilustre compatriota el historiador Veríssimo Serrão.
Muchas gracias.
Fin del contenido principal