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Giovanni Sartori Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005

Giovanni Sartori

DEMOCRACIA: EXPORTABILIDAD E INCLUSIÓN

Majestad, Alteza, Excelentísimos Señoras y Señores:

En mi ya larga vida de estudioso he sido muy extravagante, he enseñado asignaturas muy distintas y me he ocupado de todo un poco, de asuntos muy variados. Y es que soy un animal curioso. Pero en mi extravagancia la democracia, la teoría de la democracia, ha sido un hilo conductor constante. En esta solemne ocasión me siento obligado, por eso, a volver a este antiguo y nunca adormecido amor.

Desde la segunda guerra mundial en adelante la democracia, la liberal-democracia, ha estado en expansión; y la caída del régimen soviético y de su ideología le ha abierto nuevos espacios de conquista. Pero, mientras que la economía se ha hecho verdaderamente global (en el sentido de que la economía de mercado ha desbaratado realmente la planificación económica colectivista de tipo soviético), los sistemas políticos permanecen divididos, en el mundo, entre democracias y no democracias. Y esta constatación abre el interrogante sobre la exportabilidad de la democracia (en qué medida y en qué condiciones). Está claro que este interrogante presupone que la democracia nace desde y en la civilización occidental, y que las denominadas “democracias de los otros” son imaginarias (tal y como era imaginaria y estafadora la noción de democracia comunista). Dicho esto, en lo que se refiere a la exportabilidad-difusión de la democracia existen (estoy simplificando, está claro) dos teorías básicas.

La primera teoría es economicista: y es que la democracia se ve obstaculizada por la pobreza y está relacionada con el bienestar. Históricamente no ha sido así: la liberal-democracia como demo-protección, o sea, como sistema de libertad y de protección constitucional, nació en sociedades pobrísimas; y el liberalismo instituye el estado limitado, el control del poder y la libertad desde (desde el Estado); nada más y sólo esto. Pero hoy ya no es así. Hoy a la demo-protección se añade un demo-poder que exige demo-distribuciones (de riqueza). Y en este contexto la tesis de los economistas llega a ser que, si produces riqueza, al final produces democracia. La tesis de los sociólogos es más prudente. En la versión clásica de S.M. Lipset, “cuanto más próspero es un país, es más probable que sostenga la democracia”. Sí, es verdad. O sea, es verdad que el bienestar facilita la democracia. La duda, actualmente, es si el bienestar continuará creciendo, y si la guerra a la pobreza (en el mundo) podrá ser vencida.

Personalmente lo dudo. En menos de un siglo la población mundial se ha triplicado. Hoy somos más de seis mil millones, y continuamos aumentando en 70 millones al año: todos en países pobres, y probablemente destinados a seguir siéndolo. De lo cual me limito a deducir, aquí, que la teoría economicista no nos debe hacer olvidar que la democracia como sistema político de demo-protección es un bien en sí mismo, y que es siempre mejor ser pobres “libres”, en libertad, que no pobres en esclavitud.

La segunda teoría es cultural y de “visiones del mundo”. Si es verdad -como lo es- que la democracia liberal nace del seno de la cultura occidental y en función de su laicización, entonces tenemos que esperar que, de vuelta por el mundo, se encuentre con resistencias, incluso reacciones de rechazo, culturales. Sí y no. La democracia se ha exportado al Japón por la fuerza de las armas, pero después ha arraigado. En India la democracia es una herencia inglesa, pero ha sido plenamente adoptada. Así pues, se dan casos de exportaciones culturalmente improbables que sin embargo han sido un éxito.

Existe, sin embargo, una segunda cara de la moneda: la de la importación (inmigración) a occidente de culturas alógenas. Aquí el problema es de integración y la pregunta es si los asiáticos, indios, africanos, árabes, se integran o no, aceptan o no, las instituciones democráticas de los países en los cuales se casan. También a este propósito se puede responder que a veces sí y a veces no. Pero para ser más precisos hay que puntualizar qué se entiende por integración. Para empezar integración no es asimilación. Los indios, japoneses, chinos, trasplantados a Occidente mantienen su identidad cultural (y en este sentido no se dejan asimilar), y sin embargo se han integrado en la ciudad democrática y se han hecho buenos ciudadanos de ella. Y en este resultado no hay ninguna contradicción. Porque la integración necesaria y suficiente es solamente la adhesión a los principios ético-políticos de la democracia como sistema político. Nada más, pero tampoco nada menos.

Entonces, ¿cuál es el elemento, el factor, que hace rígida, casi impermeable, una identidad cultural?

A mí me parece indudable que es el factor religioso, y más concretamente el monoteísmo, la fe en un Dios único que por eso mismo es el único Dios verdadero. Este monoteísmo puede ser neutralizado y detenido -como sistema de dominio teocrático- por la rebelión de una sociedad laica que separa la religión de la política. Esta separación ocurrió en el mundo cristiano desde el 1600 en adelante. Pero no ha pasado en el Islam, que era y sigue siendo culturalmente un sistema teocrático que todo lo abarca (de todo mezclado junto).

Así pues, ¿voluntad del pueblo o voluntad de Dios? Mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra, ni en términos de exportación (territorial) ni en términos de interiorización (donde quiera que el creyente se encuentre). Y el dilema entre voluntad del pueblo y voluntad de Dios es, y seguirá siendo -por robarle un título a Ortega y Gasset- el tema de nuestro tiempo.

Majestad, Alteza, he terminado. Pero no puedo acabar sin decir (aunque está claro sin decirlo) lo honrado y profundamente conmovido que me siento por el Premio que me ha sido otorgado. Gracias, gracias de corazón.

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