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Alma Guillermoprieto Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018
Majestades,
Excmas. e Ilmas autoridades
Queridos galardonados,
Señoras y señores:
Desde el día del despertar más raro de mi vida, a las 4:30 de la mañana, con la noticia imposible de que este premio era para mí, supe que la Fundación Princesa de Asturias es en realidad un centro de tejido: teje una red que entrelaza a francesas y españoles, estadounidenses y polacos, suecos y mexicanas, y a través de nosotros un poco más al mundo. Esto me parece una gran cosa, porque yo soy de las que cree en las matemáticas: en estos tiempos de división, juntos somos más. De manera que gracias, Majestades, por este honor, y gracias a todos los integrantes del equipo de la Fundación Princesa de Asturias, por su ayuda tan diligente y cariñosa.
Desde ese mismo día del anuncio del premio supe también que en mi caso no me tocaba cargar yo sola con este galardón gigante, sino que se me daba como reportera que soy, una entre muchos. Y me alegra infinitamente este reconocimiento a un oficio al que solo se entra con grandes sueños e ilusiones: ver el mundo, cambiar la historia, ser heroicos. La realidad es más estrecha: se gana poco; en estos tiempos en que el mundo ha entrado en revolución tecnológica, cibernética, científica, no tenemos certezas en que apoyarnos y el mundo nos quiere mal; se trabaja de sol a sol—aunque eso nos gusta, en realidad—hay una gran confusión en cuanto a cuál debe de ser nuestro papel, y en todo esto, somos el fiel reflejo de la sociedad en general. Y sin embargo, y por lo mismo que existe tanta confusión, hacemos falta.
Un mundo en el que las grandes potencias se involucran en las decisiones de países más pequeños, se trafica con niños; a los migrantes que llegan desesperados a nuestras fronteras se les vuelve a lanzar de una patada al mar o al desierto, es un mundo en el que hacemos falta para que quede constancia de estos horrores. También es un mundo en el que urge prepararnos para tomar decisiones éticas terribles: la vida generada en un laboratorio, ¿es vida? ¿Se deben regular las investigaciones que llevarán a la creación de una inteligencia artificial superior a la humana?
¿Cómo se enterarían ustedes de estos y todos los demás hechos y retos que ocurren fuera de su entorno inmediato sin nosotros, los reporteros? Sin los medios, el mundo viviría en una especie de siglo XI, aislado cada quién en su villorrio o su castillo, igual de ignorantes los dos, convencidos de que son tan reales las sirenas como los rinocerontes. Sin un periodismo poderoso, bien financiado, respetado por los gobiernos, el mundo moderno, el mundo entrelazado, sería imposible.
Pero en este oficio cuesta trabajo no solo vivir, sino sobrevivir. Este año han sido asesinados 45 reporteros, porque a alguien no le gustó lo que dijeron de él. Hace año y medio, en Madrid, regresaba yo al hotel después de la ceremonia del Premio Ortega y Gasset cuando me avisaron que en México, en la ciudad de Culiacán, cuna del narcotráfico de mi país, habían matado a tiros a mi valiente, inclaudicable amigo, Javier Valdez. Fue como si apagaran la luz del mundo. Estos asesinatos, siempre impunes, matan un poco no sólo a la víctima sino a todos los que lo rodean, y claro, esa es también la intención. Matan a uno para intimidar a todos.
Sin embargo, estoy aquí para decir que donde matan a uno, a la larga suelen surgir dos, o por lo menos otro. Y que si antes intentaba disuadir a los jóvenes que me decían que querían ser periodistas, porque el peligro es mucho, porque los cambios tecnológicos, porque se gana poco, porque.. ay, por qué no hacer algo más fácil y vivir tranquilos. Hoy sin embargo les digo, háganle, dénle nomás, porque contamos la historia del mundo todos los días. Porque dejamos constancia de lo que otros quieren tapar. Porque somos el antídoto de las redes sociales con su inmediatez y su potenciación de la rabia. Porque hacemos falta. Porque sí se puede ver el mundo, porque no podremos enderezar la historia, pero sí contarla, ser heroicos. Porque el futuro de este oficio lo están inventando hoy los colegas que vienen llegando, y a ustedes les aguarda un oficio generosísimo, que les ofrecerá tesoros a cada vuelta.
Un niño en una empobrecida favela brasileña que se pone por primera vez su traje de carnaval. Un candidato presidencial bien alegre que baila huaynos apretujando muy de cerca a una cholita con minifalda. Una caravana de madres que buscan en el desierto mexicano a sus hijos desaparecidos, año tras año. Un observatorio en el desierto de Atacama donde unos hombres se dedican a ver espejos para medir el tamaño del universo. Un páramo enneblinado en las alturas colombianas, que esconde tanto a guerrilleros como una variedad infinita de orquídeas. Ningún otro oficio como este les va a regalar un mundo, un universo, la realidad entera; trágica, abochornante, terca, chistosísima, horrenda, mágica. El regalo de la realidad real, inmensa y maravillosa. Agradezco a mi oficio estos cuarenta años de vida vivida tan esforzadamente, agradezco a mis colegas —los reporteros de a pie, y en particular a mis atribulado colegas en Venezuela, Nicaragua, México, a quienes admiro tanto— y a ustedes por escuchar.
Gracias, Majestades.
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