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Discurso de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias durante la ceremonia de los Premios Príncipe de Asturias 2011

Ayer conocimos que quienes han martirizado durante tantos años a la sociedad española con su violencia terrorista asumen su derrota. Es, desde luego, una buena noticia. Es, sobre todo, una gran victoria de nuestro Estado de Derecho. Una victoria de la voluntad y determinación de las instituciones democráticas; del sacrificio y el trabajo abnegado, eficaz, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad; en definitiva, del conjunto de nuestra sociedad. En esta hora en la que la libertad y la razón se abren camino sobre la barbarie, quiero volver la mirada, querría que todos unidos volviésemos la mirada, con inmenso cariño y respeto hacia las víctimas, hacia su dolor y rendir el homenaje más emocionado a su memoria, a su dignidad.

Señoras y Señores,

Nos reunimos en esta tarde de gratitud para honrar a nuestros galardonados. Su presencia entre nosotros –aquí en Oviedo- nos permite reconocer con más fuerza sus méritos y la trayectoria valiosa de sus vidas, entregadas al trabajo, comprometidas con el arte, con la ciencia, con el deporte, con la solidaridad. Lo hacemos con admiración y muy satisfechos, pues nuestra Fundación mantiene vivos, en estos tiempos difíciles, los valores y los objetivos para los que nació hace ya más de treinta años.

Esta ceremonia es compendio de todo ello: de nuestra voluntad de distinguir la ejemplaridad, de presentar a la sociedad modelos positivos en los que reconocerse y a los que emular, y de compartir con todos, en definitiva, un mensaje de esperanza.

Agradecemos el apoyo y la generosidad de tantas personas que hacen posible nuestra actividad: los miembros de los distintos Jurados, los Patronos y Protectores de la Fundación, los medios de comunicación nacionales e internacionales y las personalidades que también nos honran y alegran hoy con su presencia.

La Princesa y yo damos muy especialmente las gracias a quienes en esta querida Asturias nos acogen siempre con tanto cariño y reciben a los galardonados con admiración y una entrañable alegría.

Recordamos hoy con tristeza a Juan Luis Iglesias Prada, quien fue Secretario General de la Fundación, fallecido el pasado mes de marzo. Echaremos mucho de menos su entusiasmo y la ilusión y el cariño con los que trabajó en beneficio de nuestra institución, a la que supo engrandecer y a la que aportó su bonhomía y su inteligencia.

Señoras y señores:

Volvemos la mirada ahora a los premiados para reflexionar, siquiera brevemente, sobre su valioso trabajo y para ensalzar sus méritos.

  1. El maestro napolitano Riccardo Muti, Premio de las Artes, es uno de los más grandes directores de orquesta. Ha dirigido, con su exquisita sensibilidad, en los escenarios más prestigiosos del mundo y a las formaciones más relevantes. Es, además, un humanista con profunda vocación investigadora, dedicada especialmente a la recuperación de grandes obras históricas que rescata del olvido e incorpora al repertorio de nuestros días. El maestro Muti reivindica sin tregua la necesidad de apoyar e intensificar la enseñanza musical, imprescindible en una educación completa. Su talento descansa en una concepción trascendente de la música, en la idea de que al dirigir se inicia un proceso que comienza en el compositor y llega a la batuta del director, quien consigue extraer los sentimientos de cada uno de los cantantes e instrumentistas para entregarlos, finalmente, al público. En este camino de continuo aprendizaje, Muti reconoce con humildad que jamás llegará a la otra orilla, porque detrás de las notas -dice- “habita el infinito”.
    La experiencia y el renombre que posee no le impiden evocar con gratitud a quienes fueron sus maestros, mientras se entrega a su tarea diaria de profundizar en la fuerza y el secreto de la música. Es lo que trasciende en la belleza y en la capacidad comunicadora de su ejecución artística, y lo que genera tanta admiración y elogio internacionales.
  2. El Premio de Ciencias Sociales ha sido concedido al psicólogo estadounidense Howard Gardner, que ha trabajado e investigado sobre todo en el ámbito de las ciencias de la Educación. Es autor de la Teoría de las inteligencias múltiples; y sus estudios sobre ellas, sobre la forma de desarrollarlas, lo han llevado a introducir múltiples innovaciones en el sistema educativo, con el propósito principal de lograr –como ha afirmado recordando a Platón- que “las personas quieran hacer lo que deben hacer”. Esta formulación, en apariencia sencilla, choca a menudo, con métodos de enseñanza que han primado sólo algunas formas de inteligencia en detrimento de otras. El desarrollo más completo de nuestras capacidades facilita lo que para Gardner es un buen trabajo: aquél que es de alta calidad y va dirigido a mejorar la vida de los demás, es decir, un trabajo excelente, comprometido y ético.
    Desde hace más de diez años, Howard Gardner se ha propuesto, a través del Proyecto Goodwork, impulsado desde la Universidad de Harvard, identificar a personas e instituciones que son ejemplo de ese trabajo excelente. También busca la manera de hacer más frecuente su presencia en nuestra sociedad. Todo ello con un equipo internacional de investigadores, que hacen realidad su empeño en mejorar la formación de los seres humanos y, por tanto, su futuro.
  3. Esta forma de trabajar también brilla de manera especial en la tarea desarrollada desde hace más de 350 años por The Royal Society, la comunidad científica más antigua del mundo, que ha recibido nuestro Premio de Comunicación y Humanidades. Su misión admirable consiste en extender las fronteras del conocimiento a través del desarrollo y el uso de la ciencia en beneficio de la humanidad. Son grandes fines que precisan de una organización muy sólida, como la que posee la Royal Society; formada por personas que aman su tarea y defienden con pasión el beneficio supremo del conocimiento y la importancia de su generalización.
    En esta tarde de cultura y valores, la trayectoria centenaria de la Royal Society nos ayuda a resaltar y defender la prioridad social de la educación y de la instrucción; la necesidad de extender el conocimiento y de poner en juego nuestros principios en beneficio de todos; la convicción de que ése es el modo más seguro para vencer la injusticia, la violencia y el fanatismo, así como el sufrimiento y el dolor que producen en tantos seres humanos.
  4. Desde este punto de vista, la pregunta que se hace Bill Drayton, nuestro galardonado con el Premio de Cooperación Internacional, es aún más oportuna: “¿Cuál es la fuerza más poderosa del mundo?” Y Drayton responde: “Siempre una buena idea”. Sin duda que a lo largo de los treinta años en los que su Fundación Ashoka ha identificado y apoyado a cerca de 3.000 emprendedores sociales alrededor del mundo, Bill Drayton ha podido comprobar una y otra vez que esto es más que una afirmación: es una realidad y muy beneficiosa.
    La labor iniciada por Drayton –y que Ashoka ha desarrollado en el tiempo- se centra y pone de relieve características fundamentales de la emprendeduría social; tales como la inspiración, la creatividad, la fortaleza y, por encima de las demás, la confianza. Bill Drayton trabaja también para que nuestras acciones repercutan positivamente en la sociedad y nuestro trabajo asuma cada vez cotas más elevadas de responsabilidad social. Trabaja, en definitiva, con el objetivo de cambiar y mejorar el mundo.
    Los emprendedores sociales descubren y ponen en práctica soluciones viables a problemas sociales, viendo oportunidades donde otros tan solo perciben amenazas. Y puesto que esta forma de trabajar se hace aún más necesaria en tiempos de crisis, el premio con el que hoy reconocemos la tarea de Bill Drayton adquiere un significado especial.
    El futuro se puede esperar con temor o con confianza y sólo quienes creen en el ser humano, como sucede con los emprendedores sociales, están en condiciones de afrontar con esperanza el futuro. Este es el valor de la Fundación Ashoka y de los emprendedores sociales. Esta es la relevante e inteligente trayectoria de Bill Drayton, que hoy distinguimos.
  5. Los neurobiólogos Joseph Altman, Arturo Álvarez-Buylla y Giacomo Rizzolatti han recibido el Premio de Investigación Científica y Técnica. Gracias a sus aportaciones sabemos más y entendemos mejor el cerebro humano, el órgano fundamental para ejercer las capacidades que hacen tan singular a nuestra especie. Obligado es recordar aquí de nuevo a nuestro Santiago Ramón y Cajal, fundador de la Neurobiología, que a comienzos del pasado siglo ya intuyó que sería refutado el dogma de la no-regeneración de las vías nerviosas centrales.
    Precisamente Joseph Altman describió procesos de neurogénesis en el cerebro de mamíferos desde los pasados años sesenta, formulando así la innovadora idea de que las neuronas cerebrales pueden regenerarse. La plasticidad cerebral se convertía de esta forma en un hecho con base anatómica bien fundamentada.
    Arturo Álvarez-Buylla, mexicano de estirpe española y orgulloso de sus raíces asturianas, retomó la tesis de Altman e identificó regiones germinales del cerebro, en donde se originan continuamente nuevas neuronas, así como las llamadas células de glía, a lo largo de toda la vida y gracias a las células troncales allí presentes. También ha profundizado en los procesos de migración de esas nuevas neuronas para su inserción permanente en regiones cerebrales, lo que puede contribuir a abordar los problemas asociados a los tumores de este órgano.
    Por último, Giacomo Rizzolatti descubrió la existencia de las llamadas neuronas espejo, que se activan no sólo al realizar una acción, sino al observar cómo un congénere la realiza. Un descubrimiento que nos permite, como criaturas sociales que somos, entender las acciones, intenciones y emociones de los demás, no sólo con el razonamiento conceptual, sino también con la simulación directa. “Sintiendo”, afirma Rizzolatti, “no pensando”.
    Todos estos hallazgos e investigaciones han cambiado de manera profunda y definitiva nuestra forma de entender el cerebro. Es fascinante saber en qué se fundamenta esa plasticidad cerebral, gracias a la cual podemos aprender, sentir empatía, crear y comunicarnos. El trabajo de nuestros premiados abre, además, nuevos caminos para el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson, así como para explicar, y tal vez pronto tratar, trastornos como el autismo.
  6. Sentir es lo que hacemos, sobre todo, al leer los poemas y al escuchar la música de Leonard Cohen, que ha recibido el Premio de las Letras. Sentimos la fortaleza de una obra hecha con constancia, talento y sinceridad. Leer y escuchar a Cohen es, en efecto, sentir la fuerza de quien escribe y canta directamente para los corazones; sentir la sincera afirmación de que son poetas como Lorca o Machado los que han iluminado sus dudas y sus certezas más profundas; sentir también el compromiso de quien, sin olvidar su querida tierra canadiense, ni a sus raíces ni antepasados, se adentra en la naturaleza humana, buscando respuestas, soluciones, una reconciliación que aproxime nuestros corazones, tratando de conseguir que la poesía y la música se conviertan para siempre en un lugar de encuentro y de entendimiento fraternal. “No es por deciros nada/ sino para vivir eternamente/ por lo que escribo esto”, nos dice Cohen. Así, con irónico y agudo sentido del humor, con destellos de luz y de imaginación portentosa, sin poder remediar la abundancia y la riqueza de ideas, de palabras, de notas, de cantos, así vive Leonard Cohen. Varias generaciones leemos y escuchamos sus creaciones con admiración y respeto, tarareando sus canciones, que forman parte ya de la historia de la música y de nuestra memoria colectiva. Reconocemos su gran obra y le damos las gracias por su coherencia, por su belleza; por no haber renunciado nunca a todo aquello que lo ha convertido en un artista admirado y admirable, un amigo con el que recorrer los senderos de la vida y de la fuerza imparable del amor.
  7. El gran atleta Haile Gebrselassie, que ha recibido el Premio de los Deportes, es un ídolo para millones de personas en todo el mundo y muy querido, especialmente en su país natal, Etiopía. En él, la fuerza de voluntad y el espíritu de sacrificio son la norma. Norma para alcanzar el éxito deportivo y para demostrar que se pueden superar los retos más difíciles cuando se persiguen con tenacidad y grandeza de ánimo.
    A lo largo de su trayectoria a todos nos han emocionado sus triunfos. Nos lo imaginamos cuando era apenas un niño y corría a diario 20 km para ir y volver de la escuela, con los pies descalzos, los libros de texto bien sujetos con el brazo izquierdo –lo que determinó su estilo al correr- y toda la ilusión del mundo en su corazón, hasta llegar a convertirse en uno de los mejores corredores de larga distancia de todos los tiempos.
    Como hemos recordado en este mismo escenario en anteriores ocasiones, es mayor el éxito deportivo de quienes como él se engrandecen al esforzarse al conseguir contagiar sus sueños más ambiciosos ayudando a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos.
    Gebrselassie es muy sensible a las carencias y dificultades que sufren a diario sus compatriotas y por ello ha impulsado la iniciativa The Great Ethiopian Run, cuyo objetivo es promover la participación masiva de los etíopes en competiciones atléticas. Además, ha construido escuelas para los más pequeños y es embajador de Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio y del PNUD.
    Por ello, estoy seguro de que a Halie Gebrselassie le gustaría hacernos a todos una llamada de atención. En su país, Etiopía, y en Kenia y Yibuti, centenares de miles de refugiados somalíes buscan desesperadamente ayuda. Se mueren de hambre. Y estas palabras pronunciadas aquí, en esta tarde de cultura y de concordia, resultan aún más dramáticas.
    No podemos irnos una vez más a nuestras casas sin reflexionar sobre esta tragedia, injusta y cruel. No podemos permanecer impasibles e indiferentes ante tanto sufrimiento. Las personas que mueren de hambre en Somalia y en los países limítrofes no se merecen este destino. Y todos nosotros, debemos responsabilizarnos y ayudar a que acabe esta crisis humanitaria. Así lo hacen tantos cooperantes y voluntarios con esfuerzo generoso y gran riesgo, entre los que se encuentran dos españolas cuyo regreso a casa deseamos todos.
  8. El Premio de la Concordia ha sido concedido a las personas que desde el pasado mes de marzo trabajan de sol a sol en la central nuclear de Fukushima en Japón para controlar las fugas radiactivas y que, tan justamente, han sido llamados “héroes de Fukushima”. Como ha afirmado el Jurado, con este premio nuestra Fundación quiere asimismo poner de relieve “la respuesta serena y abnegada del conjunto de la sociedad japonesa” tras el terremoto y el posterior tsunami que asoló la costa noreste del país.
    Los héroes de Fukushima representan, con su actitud valiente y entregada, toda la grandeza de espíritu que nos mueve a hacer el bien, a renunciar a todo por los demás –incluso a la propia vida-, y que desearíamos ver multiplicada allí donde fuera precisa para terminar con el dolor y la injusticia. Sobreponiéndose a la pérdida de familiares y de sus bienes, al sufrimiento producido por una situación desesperada y dramática, hicieron frente de inmediato a la amenaza de la central nuclear siniestrada con generosidad, sentido del deber y conciencia cívica.
    Esta tarde, una vez más, damos nuestro apoyo y cariño al pueblo de Japón, cuyas enormes pérdidas –humanas y materiales- y comportamiento ejemplar ante la adversidad nos han conmovido a todos. España se siente unida con su dolor y solidaria con su pueblo, que ha sabido enfrentarse a esta desgracia con templanza, disciplina y serenidad. Nos conmueve el comportamiento de los “héroes de Fukushima”. Nos emociona su coraje y nos admira su fortaleza. Y por ello, rendimos hoy tributo a su inmenso espíritu de sacrificio y al ejemplo que han dado al mundo.

Señoras y Señores, queridos Premiados,

Este año conmemoramos el bicentenario del fallecimiento de Gaspar Melchor de Jovellanos, figura clave de la Ilustración. Su obra es un testimonio del patriotismo más noble y de la lucha contra los males y las ignorancias de su época. Le guiaron siempre las luces del conocimiento, de la moral y de la ética. Cuando fue nombrado ministro de Gracia y Justicia escribió: “Haré el bien; evitaré el mal que pueda”. Esas palabras define a este gran español que tanto contribuyó al progreso de Asturias y cuyas ideas son un referente para todos, más aún en estos tiempos difíciles, como los que él mismo vivió.

Ciertamente, no es fácil este tiempo, pero es el nuestro, el que nos ha tocado vivir. Vivimos hoy una crisis –ya larga- que nos afecta de pleno, con graves consecuencias en todos los órdenes, y cuyas dimensiones y complejidad están poniendo a prueba nuestros modos de vida y nuestras capacidades. Si queremos resolver los desafíos que nos plantea, debemos actuar con decisión y valentía.

Conocemos el camino para conseguirlo. Y en ese camino todos tenemos un compromiso cívico. Ninguna gran nación puede abordar la crisis desde el pesimismo. Ninguna gran nación puede salir de ella sin el concurso de todos. Cumplamos cada uno con nuestras responsabilidades y promovamos un espíritu colectivo de superación, ilusión y esperanza que descanse en las bases sólidas que ya tenemos. Porque a lo largo de estas ultimas décadas han sido muchos los éxitos y los logros que hemos alcanzado juntos, no sin sacrificios ni renuncias, y de ellos nos debemos sentir legítimamente orgullosos. Tenemos, en fin, buenas razones para sentir autoestima y esperanza, para saber que podemos nuevamente superar las dificultades y los desafíos que tenemos por delante.

Los españoles debemos ser conscientes de que estamos en una empresa común en la que hoy, más que nunca, tenemos que estar unidos en torno a nuestros grandes objetivos nacionales y, muy especialmente, para afrontar ese gran reto que es recuperar el empleo. Recuperarlo a todos los niveles y, sobre todo, para los más jóvenes, que quieren, que tienen derecho, a que la sociedad les abra las puertas de la esperanza.

Levantemos también la vista y miremos hacia el exterior. Si a comienzos del siglo pasado Europa era la solución a los problemas históricos de España, en estos momentos –y para el futuro que ambicionamos- es imprescindible avanzar resuelta y solidariamente en la construcción europea, que se encuentra hoy en una de las encrucijadas más decisivas de su historia.

El difícil tiempo que vivimos exige también que evitemos las confrontaciones y las divisiones estériles; que respetemos y seamos capaces de integrar después, en beneficio del interés general, las sensibilidades y las opiniones divergentes. Busquemos, con sentido de la responsabilidad, criterios comunes en lo esencial. Debatir rigurosamente no es enfrentar, sino construir; aportar soluciones no es sinónimo de repudiar por sistema las ajenas; y llegar a acuerdos siempre propicia la generosidad, el compromiso y la confianza. El vigor de nuestra democracia no es en absoluto ajeno a cada uno de nosotros, a nuestra voluntad participativa en lo público, a nuestra entrega en el trabajo, a que los principios morales cohesionen de forma firme y duradera nuestra sociedad.

Es ésta también una hora para engrandecer nuestra solidaridad. Desde que comenzó la crisis, las familias, las instituciones sociales -muchas de ellas galardonadas con nuestros Premios-, y miles de ciudadanos están dando un ejemplo de sacrificio por quienes más lo necesitan. Merecen por ello el agradecimiento más sincero de la sociedad y nos permiten sentir la íntima alegría, dicho con las hermosas palabras del poeta, de que muchos corazones no laten en vano, pues no son indiferentes a la desgracia ajena.

Señoras y Señores,

Decía Jovellanos que “la virtud y el valor deben contarse entre los elementos de la prosperidad social y sin ella, toda riqueza es escasa, todo poder es débil. Sin virtud ni costumbres –afirmaba-, ningún Estado puede prosperar, ninguno subsistir. Sin ellas el poder más colosal se vendrá a tierra, la gloria más brillante se disipará como el humo”.

Hoy hemos sido testigos en este Teatro Campoamor de cómo el esfuerzo, la humildad, el sacrificio y la búsqueda de la excelencia han dado sentido a las vidas de nuestros premiados. De ellos hemos aprendido a tener una mentalidad abierta al mundo. Con ellos hemos sentido la fuerza transformadora de las ideas. Nos han contagiado la pasión por crear, la ilusión por innovar. Son valores e ideales a los que nunca debemos renunciar y que siempre nos deben inspirar.

El recuerdo de nuestro Jovellanos y la ejemplaridad de nuestros Premiados iluminan este solemne acto. Tan distantes en el tiempo pero tan cercanos en un mismo espíritu: un espíritu de valentía, de superación y de modernización. Todos, ellos y nosotros, unidos en esta ceremonia, símbolo ya de la cultura universal, que, desde Asturias y con gran orgullo, España ofrece al mundo.

Muchas gracias.

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