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Discurso de Su Majestad el Rey Felipe VI durante la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias 2016
Cada año, en cada edición de esta ceremonia −y en presencia de nuestros galardonados−, renacen en nosotros los sentimientos, las emociones y las ideas que irradian siempre la luz de la esperanza. Su ejemplo nos mueve a la reflexión sobre el lugar destacado que, en la vida de las sociedades, tiene el reconocimiento a quienes hacen de su existencia un símbolo de compromiso y solidaridad.
Para la Reina y para mí, el regreso a Asturias cada otoño para esta gran cita cultural se ha convertido, por todo ello, en mucho más que una tradición –sí– emotiva y estimulante. Es una fecha muy especial y esperada con cariño; y que vivimos con intensidad por la certeza que nos inspira, porque amplía nuestro horizonte de conocimiento y –aun con las tragedias que a diario suceden en el mundo– refuerza nuestra confianza en la civilización y en el ser humano.
En los últimos años, además, viene acompañada por el recuerdo de nuestras hijas –la Infanta Sofía y la Princesa Leonor, Presidenta de Honor de la Fundación– y por la esperanza en el futuro que representan.
Por otro lado es muy gratificante poder dar las gracias –y lo hago de corazón– a tantas personas que hacen posible, con su generosidad, que los Premios Princesa de Asturias sean una feliz realidad; especialmente a quienes dedican tantas horas a esta Fundación, cuyo prestigio aumenta cada año y con cada ceremonia de entrega.
Y es, desde luego, un privilegio dar la enhorabuena y las gracias a los galardonados y expresar la admiración profunda que sentimos por su obra. A ellos, a nuestros premiados, quiero referirme ahora:
Núria Espert, una de las más grandes actrices españolas, ha sido galardonada con el Premio de las Artes. Ella encarna la fuerza y la belleza del teatro, y representa hoy aquí no solo la mejor herencia de nuestra escena, sino también la de tantos textos y representaciones de dramaturgos de todo el mundo y de todas las épocas: desde la Grecia y la Roma clásicas a Gran Bretaña y Japón, desde Suecia a EE.UU., que ella ha puesto en escena siempre con sabiduría, con inmenso talento, en actuaciones y producciones inolvidables.
Decía Shakespeare, a través de Hamlet –en un texto que Núria Espert conoce bien, pues fue la primera mujer que interpretó este papel en España–, que el fin del arte dramático “ha sido y es presentar, por decirlo así, un espejo a la Humanidad; mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio su verdadera imagen y a cada edad y generación su fisonomía y sello característico”. Estas premisas son las que, de manera magistral, intelectualmente perfecta y hermosamente coherente ha puesto en juego siempre Núria Espert con su trabajo.
Y hoy, cuando la felicitamos por todo ello, deseamos que la escena española siga contando con grandes profesionales como Núria Espert, conscientes del relevante papel cultural que tiene un teatro de calidad, y siempre vigilantes para que la escena preserve y proteja su dignidad y su imprescindible libertad. Moltes felicitats per la teva carrera, Núria.
El Premio de Comunicación y Humanidades ha sido concedido al fotoperiodista estadounidense James Nachtwey. Él ha dicho que se siente comprometido con los que sufren y que si algún día deja que su éxito profesional sea para él más importante que su compasión, sabrá que ha vendido su alma. Esta afirmación nos da la clave para apreciar la nobleza de su trabajo, y la grandeza de su entrega a los seres humanos más desgraciados, a tantas víctimas de genocidios, desastres naturales, de guerras, hambrunas, enfermedades; a tantas víctimas del odio, la violencia y la injusticia.
Su visión de lo que sucede a su alrededor nunca es superficial, ni irónica, ni débil, ni falsa. Es –antes bien– profunda, solidaria, comprometida y crudamente real. Y en esa sinceridad, que consigue transmitir a través de unas imágenes ciertamente duras, impactantes, reposa también su autenticidad y la honradez que inspiran su trabajo.
Nachtwey ha afirmado, asimismo, que solo lamenta que las cosas que ha fotografiado realmente hayan ocurrido. Y es cierto que tanto sufrimiento, tantas penalidades, nos provocan intensos sentimientos de impotencia y decepción…, nos pesan en el alma. Y nos hacen, además, plenamente ─dolorosamente─ conscientes de las profundas injusticias a las que buena parte de la Humanidad se ve sometida.
Sus fotografías, además, nos conminan a la acción, nos obligan a no desfallecer en la búsqueda de un mundo más humano y fraternal. Son –en palabras de nuestro premiado de las letras, Richard Ford, evocando a Kafka− como “el hacha para el mar congelado que está dentro de nosotros”. Una labor titánica, pero absolutamente necesaria, que agradecemos a James Nachtwey con toda sinceridad.
La británica Mary Beard ha obtenido el Premio de Ciencias Sociales. Su erudición y su amor a la verdad; la defensa a ultranza de las Humanidades y la capacidad innata para compartir y transmitir el conocimiento; o su activo compromiso a favor de los derechos de las mujeres y la pasión con la que expresa sus convicciones... son algunos de los rasgos más sobresalientes de esta destacada intelectual.
La profesora Beard ha bebido en las fuentes de los sabios de la antigüedad grecolatina y de la historiografía occidental para desentrañar la historia y también la intrahistoria de las civilizaciones griega y romana con rigor, con perspectiva, e incluso de forma amena.
Ella nos hace recordar a una de las intelectuales más sólidas de España, a Emilia Pardo Bazán; que en 1916, hace exactamente 100 años, fue nombrada catedrática de Literatura Contemporánea, la primera, en la Universidad Central de Madrid. Era mujer y, por ello, no había podido ni siquiera matricularse en una universidad que entonces todavía respiraba, en muchos aspectos, irracionalidad. Pero, tal y como hace ahora Mary Beard con inteligencia y tenacidad, Emilia Pardo Bazán demostró a lo largo de su vida, con su obra y con sus acciones, que siempre merece la pena luchar por aquello en lo que se cree y, sobre todo, combatió sin tregua para dejar constancia de la profunda injusticia que subyace en la desigualdad entre hombres y mujeres.
Mary Beard trabaja convencida de que con su esfuerzo divulgativo nos ayudará a entender mejor el mundo y su pasado, para así aprender quizás a modelar un mejor futuro. En la senda de los más grandes historiadores, ella reconstruye el pasado para entregárnoslo explicado y comprensible, y para, de este modo, enseñarnos a derribar para siempre prejuicios, tabúes y errores que han influido negativamente en la construcción de nuestras sociedades.
El Premio de Investigación Científica y Técnica lo ha logrado el biofísico estadounidense Hugh Herr, líder mundial en biónica y biomecánica. De inmediato, al pensar en su trabajo, surge en nosotros un sentimiento profundo de esperanza; la esperanza de que millones de personas con discapacidad en el mundo puedan mejorar su movilidad, su calidad de vida, y puedan incluso hacer cosas que antes apenas podían imaginar con ayuda de las prótesis y los exoesqueletos que él y sus colaboradores diseñan.
La principal motivación de Herr, su propia discapacidad, es un síntoma de la magnitud de su empeño, de cómo, con valentía y constancia, ha logrado lo que hasta hace pocos años parecía un deseo irrealizable o pura ciencia ficción. Esa voluntad, sus resultados ya reales y los que él y todos nosotros podemos y queremos imaginar, sin duda nos asombran y nos llenan de emoción.
Mi única meta ─ha afirmado─ es contribuir con todas mis fuerzas a la misión global de acabar con la discapacidad a lo largo de este siglo”. Sin duda es un reto grandioso diseñar y fabricar elementos pensados para aumentar la experiencia sensorial, la capacidad física y las habilidades cognitivas del ser humano; pero mucho más es hacerlo para mejorar la difícil situación de tantas personas con discapacidad que, en opinión de Herr, son víctimas de una tecnología incapaz y pobre.
Su visión innovadora y creativa es una poderosa luz que ilumina circunstancias y vidas, en muchos casos, llenas de desconsuelo y de dolor, anímico y físico. Es una poderosa luz que deseamos sea pronto accesible y útil para todos los que precisen de ella. Es un sueño hecho realidad por un hombre valiente, esforzado y profundamente comprometido con su trabajo y su vocación.
Las adversidades no pudieron tampoco con nuestro Premio de los Deportes, el triatleta Javier Gómez Noya. Fueron, al contrario, un estímulo más para que llegara a alcanzar las metas más altas en un deporte, el triatlón, que aquí en España ha crecido en los últimos años en buena medida gracias a la brillante carrera de Javier Gómez Noya y a los deseos de tantos aficionados de emular sus triunfos, en un deporte calificable como “total” por el increíble esfuerzo que se realiza.
Javier Gómez Noya es, en este sentido, un atleta con una fortaleza –no solo física, sino también anímica– y una capacidad de resistencia admirables y no muy frecuentes. En cada competición pone en juego los férreos principios con los que ha construido su figura como deportista: afán constante de superación, espíritu de lucha, compañerismo, humildad. Principios que lo han transformado en un deportista de élite, en un campeón del mundo indiscutible.
Y es también un verdadero modelo para todos aquellos que quieren llegar a lo más alto en un deporte y un símbolo de lo que alcanzamos cuando nuestras sanas ambiciones se construyen con fortaleza y con ilusión. Con ese espíritu positivo envidiable –que siempre demuestra y le ayuda a superar incluso lesiones como la que le ha impedido acudir a los Juegos Olímpicos de Río–, Javier es, en definitiva, un símbolo de los mejores valores del deporte y un verdadero orgullo para sus raíces gallegas y para toda España.
El escritor estadounidense Richard Ford ha sido galardonado con el Premio de las Letras. Su nombre se une así al de otros grandes de la literatura de EE.UU. que recibieron nuestro galardón en ediciones pasadas.
Es un autor muy consciente del papel fundamental e insustituible que la literatura tiene en el entramado cultural de una sociedad. “Quiero que mis libros sean útiles, que ayuden a vivir”, ha escrito. Por eso sus obras destilan esa pureza, esa honradez, y esa grandeza. Porque Ford escribe de lo que mejor conoce y de lo que siente, con una mirada que −de forma exhaustiva y penetrante− disecciona pasiones, sentimientos, reacciones, angustias, fracasos y éxitos; consiguiendo de ese modo representar fielmente –y dignificar, como es su objetivo– a los seres humanos.
Lo hace, además, a través de personajes con vidas normales. La vida real en estado puro e incluso en ocasiones narrada en tiempo real, con ritmo lento y de forma precisa y meticulosa. Como ha escrito su amigo John Banville – premiado aquí hace dos años y que presentó la candidatura de Ford a este premio–, “su sutil crónica de la vida contemporánea americana tiene la cualidad atemporal de todo arte verdadero (…). La vida late en sus páginas y sus personajes son tan reales para nosotros como aquellos con los que compartimos la mesa del desayuno cada mañana.”
Ya sea en su trilogía de novelas con Frank Bascombe como protagonista o en otras de gran éxito, como Canadá; en sus espléndidas colecciones de cuentos o en el impagable Flores en las grietas, donde Ford reflexiona sobre la literatura y el oficio de escribir, su obra logra transformar lo pequeño, lo cotidiano, incluso lo mediocre, en obra de arte; la de un ser humano que, como él dice con humildad, tan solo quiere escribir para otros seres humanos.
La Convención Marco de NNUU sobre el Cambio Climático y el Acuerdo de París han obtenido el Premio de Cooperación Internacional. El acuerdo de la ONU para estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero alcanzó un compromiso realmente histórico a finales de 2015 en París. Un acuerdo vinculante y universal, aprobado por 195 países y que es el comienzo de la unidad a escala global que es imprescindible para contener el aumento de la temperatura de la Tierra. En apenas quince días ─el 4 de noviembre─ el Acuerdo de París entrará en vigor, una vez que ha sido ratificado ya por el 55% de los países.
Como ha afirmado el Sec. Gen. de la ONU, Ban Ki-moon, el impulso global ha hecho que lo que antes era impensable sea ahora imparable. Desde que empezamos a sentir los primeros síntomas de alarma, la Comunidad Internacional sabe que la solución solo puede llegar si la afrontamos unidos, solidariamente implicados e incluso moralmente obligados; puesto que somos víctimas, sí, pero somos sobre todo responsables... causantes de todo este daño. En este sentido, Tanto la Convención Marco, como el Acuerdo mismo, son la clave de ese compromiso mundial; que es emocional y moral, pero que también tiene que ser tecnológico, científico, económico y político.
La Cumbre del Clima de París (COB 21) y el Acuerdo en ella adoptado son, sin duda, un comienzo muy positivo. Sobre todo porque ahora ya sabemos a ciencia cierta que la elevación de la temperatura de la Tierra, y los gravísimos problemas que acarrea, necesitan de una solución urgente y consensuada, que no puede ser unilateral. Porque ahora ya sabemos que protegiendo el medio ambiente no solo protegemos los bosques, las aguas, los cielos, la fauna y la flora; nos protegemos a nosotros mismos y nuestra pervivencia sobre la faz de la Tierra.
Ha llegado ya el momento de pensar en un futuro del que podamos borrar para siempre la amenaza global y en el que triunfen el desarrollo sostenible, la reducción definitiva de emisiones contaminantes, el uso de energías renovables, el reciclado… y el acuerdo de todos para que la temperatura del planeta no siga elevándose. Gracias a Patricia Espinosa y Christiana Figueres que acuden hoy a recibir este premio y que representan a muchas personas y nos representan a todos.
Aldeas Infantiles ha sido galardonada con el Premio de la Concordia. Detrás de este nombre palpita el trabajo pionero, perseverante y entregado de miles de personas, desde que hace más de sesenta años, el austriaco Herman Gmeiner fundara esta Organización en favor de la infancia.
En organizaciones humanitarias como Aldeas Infantiles las cifras nos ofrecen una visión certera de su trascendencia. Permítanme el detalle: A día de hoy, cuenta con 546 Aldeas en 134 países que atienden a más de 450.000 niños y jóvenes y ofrecen un número aún mayor de tratamientos médicos. Son datos que hablan por sí solos. Y son aún más sensibles cuando pensamos en que las niñas y niños del mundo son los seres humanos más vulnerables, más indefensos y que más necesitan de nuestra protección y nuestra ayuda. Por eso la labor de una organización como Aldeas Infantiles nos produce de inmediato unos sentimientos de emoción y gratitud muy profundos.
La Humanidad no estará completamente a salvo mientras no comprendamos que proteger, atender y educar a la infancia es una prioridad. Aldeas Infantiles nos lo recuerda a diario, con su labor sacrificada, infatigable y entregada. De poco servirá que nos planteemos retos a corto plazo, si no tenemos visión de futuro. De poco servirá que resolvamos de manera provisional e inmediata los problemas de nuestra sociedad si no adoptamos, al mismo tiempo, soluciones duraderas y profundas.
Y como sucede con el cambio climático, los males que aquejan y acosan a la infancia tienen que ser resueltos de manera consensuada y definitiva, porque son una dolorosa prueba y una llamada de alerta constante de que muchas cosas no funcionan bien en nuestro mundo, de que no podemos esperar que otros lo arreglen, de que solucionarlo es vital en la construcción del camino hacia nuestra dignidad como seres humanos. Por eso, apoyar y fomentar la labor ejemplar y abnegada de Aldeas Infantiles debe ser claramente un imperativo.
Señoras y señores,
Me gustaría ahora, ya cerca del final de esta ceremonia, con el ánimo lleno enseñanzas y una inmensa gratitud, dirigirme brevemente a quienes son sus principales protagonistas.
Queridos premiados,
Durante estos días estoy seguro de que habréis podido valorar y disfrutar de esta maravillosa tierra que es Asturias; de que habréis sentido la admiración y el respeto de los asturianos por vuestras obras; de que habréis vivido momentos muy especiales, espero que inolvidables y llenos de emoción y agradecimiento. Pero, más allá del reconocimiento a vuestros méritos, no quisiera concluir mis palabras sin volver a la razón de ser de esta ceremonia.
Nuestros galardonados siempre nos han recordado –nos habéis recordado estos días, y también desde esta tribuna– que no hay ninguna gran obra científica, política, social o artística, que no haya surgido por unos ideales firmes y sólidos. La Fundación y nuestros Premios nacieron con la convicción de que el conocimiento, que nace del estudio, del esfuerzo y de la experiencia, es un valor esencial para el desarrollo y el bienestar integral de las personas; de que el saber ─esa puerta a la que nunca hay que dejar de llamar─ aporta luz y razón a ese camino que debemos recorrer sin cesar para afrontar la gran complejidad del mundo en el que vivimos.
Los Premios nacieron, en fin, como un sentido acto de afirmación cívica de la cultura frente a la ignorancia. Y así, en este año de celebración del 400 aniversario del fallecimiento de Cervantes, inspirémonos en la figura de Don Quijote y creamos firmemente, como él, que la cultura enriquece siempre la convivencia, alimenta los más altos valores del espíritu, ennoblece los sentimientos de las personas y nos ayuda a vivir con la mayor dignidad.
Y debo decir, con humildad pero con satisfacción, que a lo largo de los años los Premios han superado nuestros objetivos, que nunca nos han defraudado... Nuestros premiados habéis sido la representación más alta y brillante de ese afán por hacernos mejores personas, de ese anhelo por hacer un mundo mejor donde prevalezcan la concordia, el respeto y la solidaridad.
Nos habéis enseñado que los grandes progresos se alcanzan cuando se unen los saberes y conocimientos; cuando las ciencias dialogan con las humanidades; cuando las artes y las letras se funden con la concordia; cuando la cooperación se entrelaza con la ejemplaridad o el deporte se da la mano con la solidaridad.
Gracias a todos y cada uno de vosotros somos más conscientes de que el progreso es siempre fruto de muchos esfuerzos compartidos entre personas de orígenes diversos, entre culturas y creencias distintas, entre naciones diferentes. Y nos habéis recordado que no hay ninguna gran obra, ninguna gran creación, que no haya surgido, asimismo, desde los más auténticos sentimientos.
Pues la Fundación y nuestros Premios nacieron también por un sentimiento: el de amor profundo a Asturias y a toda España. Nacieron con el deseo de que el alma de esta tierra su lealtad, su coraje y su nobleza─ fuese un referente para todos. Nacieron con la voluntad de afirmar una España que, como dijo Unamuno, tiene que ser de brazos abiertos, en la que nadie pueda sentirse solo en el dolor o la adversidad; una España alejada del pesimismo, del desencanto o del desaliento, fiel a su irrenunciable afán de vivir y orgullosa de lo que somos, de lo que juntos hemos conseguido, que ha sido mucho y admirable; y seguros de nosotros mismos, porque un pueblo que quiera, respete y ampare la cultura nunca le temerá a su futuro.
Y esta es la razón, queridos premiados, señoras y señores, por la que nos reunimos hoy todos aquí en Asturias y en este Teatro Campoamor de Oviedo, ─como cada año desde hace 35, cuando nacieron nuestros Premios─ para ensalzar vuestros méritos, para reivindicar que la cultura inspire nuestra libertad y para renovar nuestro compromiso con España.
Muchas gracias.
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